Modelos como campo de disputa en medio de una guerra Models as a field of dispute in the middle of a war

Julián Andrés Escobar Gómez 

https://doi.org/10.25965/trahs.5377

Durante el 2002, Colombia vivió algunas situaciones difíciles debido a un conflicto entre las guerrillas y el Estado. El gobierno implementó algunas operaciones militares en un lugar llamado “Comuna 13 de Medellín”. La idea era combatir a las guerrillas, pero la población civil fue la principal víctima ya que las balaceras podían suceder en cualquier momento. Los profesores en los colegios y en las escuelas veían cómo sus estudiantes desaparecieron y cómo los adolescentes fueron reclutados por las guerrillas. Otro problema fue el ejército paramilitar que llegó a la Comuna 13 como el tercer participante en el conflicto. Los profesores fueron el camino para transformar la vida de los estudiantes. Este trabajo parte de las fotografías tomadas por Jesús Abad Colorado y realiza un análisis de estas en torno a los significados para la vida de los modelos que posaron para tales fotografías.

En 2002 Colombie a connu une situation des plus compliquées en raison d’un conflit opposant les guérillas à l’État. Le gouvernement déploya un certain nombre d’opérations militaires dans un lieu connu sous le nom de “Comuna 13 de Medellín”. Il s’agissait pour lui de combattre les guérillas, mais en réalité le peuple fut la principale victime de cette décision car à tout moment il pouvait être pris sous le feu des balles et plus encore lorsqu’une armée composée de paramilitaires atteignit la Commune 13. Dans les collèges et les écoles, les professeurs constataient la disparition de leurs élèves et assistaient au recrutement des adolescents par les guérillas. Ils devinrent alors des modèles de résistance, leurs corps une protection pour les adolescents et les décisions qu’ils prirent, des modèles de vie pour les plus jeunes. Notre article utilise certaines des photographies prises par Jesus Abad Colorado afin d’analyser le sens et la signification donnés par les modèles choisis par le photographe dans le contexte bien particulier du conflit qui bouleversa la “Comuna 13 de Medellín”.

Durante 2002, a Colômbia viveu algumas situações difíceis. Houve um conflito entre a guerrilha e o Estado. Aqui o governo implementou algumas operações militares no cocal chamado “Comuna 13 de Medellin”. A ideia combater os guerrilheiros, mas a população, pois os tiroteios podiam acontecer a qualquer momento. Os professores das faculdades e escolas tiveram que ver como seus alunos desapareciam e como os adolescentes eram recrutados pelos guerrilheiros. Outro problema foi o exército paramilitar que chegou à Comuna 13 como terceiro interveniente no conflito. Os professores se tornaram o modelo de resistência diante dessa situação difícil. Seus corpos tornaram-se a proteção para adolescente e crianças e suas decisões foram o modelo de vida para os pequenos. Os professores eram o caminho para transformar a vida dos alunos. A escrita parte das fotografias realizadas por Jesús Abad Colorado e faz uma análise destas em torno dos significados para a vida dos modelos que posaram para tais fotografias.

During 2002, Colombia experienced some difficult situations. There was a conflict between guerrillas and the government. Here, the government implemented some military interventions in a popular place named “Comuna 13 of Medellín”. The idea was combatting guerrillas, but the population was the principal victim in these situations cause the shoot-out could have happened any old time. Teachers in High Schools and Middle Schools had to see how their students disappeared and how the teenagers were recruited by the guerrillas. Another problem was the paramilitary army at Comuna 13 as the third participant in the conflict. Teachers transformed themself in the model to withstand that difficult situation. Their body was the protection of teenagers and children, and their decisions were the model of life to the littlest. Teachers were the way to transform the students' lives. This writing is based on the photographs taken by Jesús Abad Colorado and performs an analysis of these around the meaning for the life of the models who posed for such photographs.

Índice
Texto completo

Introducción

Los modelos, habitualmente, se asocian al arte, la escultura, los museos, las galerías y algunas otras disciplinas que se han encargado de mostrar la belleza de los cuerpos, de las simetrías de los rostros, los músculos, la relación de los colores, entre muchos otros factores. Todo ello nos muestra la variedad de aristas desde los cuales podemos interpretar las pinturas, el arte, la escultura entre otras. Si relacionamos cada uno de estos elementos con la época en la que se elaboraron y las historias que hay de trasfondo de cada una de estas piezas, tendríamos infinitas conversaciones, investigaciones y disertaciones alrededor de las mismas.

Además, existen esculturas famosas a lo largo del mundo y de la historia como el David o La Piedad de Miguel Ángel, sus frescos en la Capilla Sixtina o la célebre Gioconda de Leonardo Da Vinci, que han representado un hito en las artes, un punto de referencia para que la posteridad pueda recordar una época o ampliar las concepciones que se tienen acerca del arte y cómo este puede transformarse en un acto de rebeldía o en un hijo de su tiempo.

Este tipo de arte nos muestra que la belleza puede tener diversidad de dimensiones y apreciaciones. Además, las piezas de arte poseen múltiples facetas para ser expuestas o registradas y guardan para sí una cantidad, tal vez indeterminada, de historias y representaciones. Allí podría preguntarse también si las intenciones del artista que plasma sus pinceladas o sus delicados trazos apuntan a la construcción de un cuerpo hermoso para la posteridad, o si, por el contrario, tan solo pretende que sus obras muestren la belleza del modelo que ha posado delante de él Si nos quedamos atados al cuerpo de arte, habrá mucho por decir al respecto.

No obstante, existen otros modelos sobre los que menos se ha hablado o, por lo menos, en el ámbito colombiano no se ha llegado a una literatura extensa al respecto y son los modelos, los cuerpos, cuando están sometidos a las vicisitudes de la guerra, a los conflictos y los confinamientos que se hacen propios de una cultura heredada de las disputas anteriores que ha tenido el Estado en contra del narcotráfico, las guerrillas y los ejércitos paramilitares en esta nación de América del Sur, Colombia.

Cuando, en medio de una guerra inclemente, no tenemos modelos que se expongan para los retratos o la escultura, sino que, por medio de la fotografía se puede capturar su sufrimiento, o cuando en esta misma fotografía se esconde la historia de un territorio que ha vivido los avatares del conflicto, ahí tenemos una realidad distinta para analizar y de la cual podemos disertar a profundidad toda vez que, en las fotografías podemos encontrar los rastros de la guerra, las imposibilidades de la supervivencia y el inicio del deseo de resistir para que el conflicto no vuelva a tocar las puertas de nuestra casa.

En las fotografías se registra el sufrimiento del modelo que posó para una foto, dejando al desnudo un mar de tormentos. En este contexto, interrogo si este modelo, en vez de belleza, ha pretendido evidenciar lo contrario: la fealdad del conflicto, el sufrimiento, la guerra y la muerte. O, pensado desde otro punto de vista, me pregunto si en la fotografía tomada en el lugar de una tragedia, quedará registrada la sensación de abandono y el tormento de la pérdida de un ser querido que se marchó para nunca más volver.

En Colombia parecen haber muchos ejemplos al respecto, pues nuestra historia, por desgracia, está llena de modelos que han posado para diversas fotografías que registran el drama del conflicto armado que hemos vivido. Una de las obras más representativas de estas situaciones es la de Jesús Abad Colorado, fotógrafo y periodista que se ha dado a la tarea de retratar el dolor, el sufrimiento del conflicto. Sus obras han marcado tendencias en esta nación y, al mismo tiempo, guardan una relación profunda con la historia, una nuestra que está planteada en lo más profundo de nuestro corazón y, a pesar de los años que hayan pasado, nos sigue lastimando dado que aún no encontramos una verdad total ni hemos llegado a las garantías de la no-repetición (Escobar, 2019a; 2019b); por lo cual, el conflicto armado sigue latente y podríamos revivirlo una y otra vez.

En las siguientes páginas pretendo reconstruir una parte de lo que ha sido el drama del conflicto armado en un territorio que hace 20 años fue famoso en el mundo entero a la luz de dos historias, de dos modelos que han posado para dos fotografías de Jesús Abad Colorado. A este conflicto en particular se le ha llamado Orión. Podría ser bastante contradictorio que una constelación haya bautizado uno de los momentos más complejos en la historia de la Comuna 13 de Medellín, pero aquí recordamos que Orión no es una constelación, es una intervención militar promovida por el expresidente Álvaro Uribe Vélez para retomar el control de esta zona que, hipotéticamente, había caído en manos de los milicianos.

Cabe destacar que este trabajo, además de ser reflexivo, está fundado en un proyecto investigativo que realicé en el marco de una maestría en educación con la Universidad de Antioquia. En este proyecto partí de las fotografías de Jesús Abad Colorado para profundizar el papel de la infancia, la educación, la población civil y la manera como los profesores se han convertido en modelos de vida para favorecer la transformación de una sociedad que vivió los procesos de conflicto y que, tras dos décadas, ha dado un nuevo significado a sus espacios, resistiendo la violencia, planteándose un futuro diferente para afirmar, juntos: “¡Orión Nunca Más!”.

Antes de avanzar en esta temática, debo contextualizar a quienes no conocen Colombia y no saben de la existencia de las intervenciones militares ocurridas aquí en el 2002 lo dio origen a la política de seguridad democrática de un presidente a quien se le atribuye ser el fundador de un Estado paramilitar.

Breve contexto de la guerra en la Comuna 13

Colombia, geográficamente está dividida en 32 departamentos. Uno de ellos, es el departamento de Antioquia, ubicado al noroccidente del país y es uno de los que tiene acceso al mar. Su capital es Medellín, ciudad que es la segunda más poblada de la nación y ha sido declarada Distrito Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación de Medellín según la circular 202260000112, del 28 de junio de 2022, emitido por la alcaldía municipal y avalado por el gobierno nacional. Esta ciudad, a su vez, está dividida en comunas y corregimientos. En total, tiene cinco corregimientos y dieciséis comunas. Resulta de particular interés la Comuna 13. De ella podemos decir que, de acuerdo con Zapata (2018):

La comuna 13 – San Javier está ubicada en la parte centro occidental de la ciudad, tiene un área de 74,2 km2 equivalentes al 37,6% del área de la zona y el 6,2% del Área Urbana de Medellín. Conforma, junto con las comunas 11 – Laureles Estadio y 12 – La América, la zona 4 centro occidental. Limita al norte con la comuna 7 – Robledo; por el oriente con la comuna 12 – La América; por el sur con el corregimiento Altavista y al occidente con el corregimiento San Cristóbal (Zapata, 2018: 47).

Ahora bien, ante esto, debo mencionar que los comentarios que introduciré a continuación son de un profundo interés para mí, no solamente por las investigaciones que he realizado y que me vinculan con este territorio, sino también por el hecho de que durante 27 años viví en la Comuna 13 hasta que fui amenazado y tuve que salir desplazado de este territorio en una de las épocas más complejas de mi existencia. La revista Trayectorias Humanas Trascontinentales, de la Universidad de Limoges en Francia, ha publicado una parte de esta historia cuya base central eran unos diarios personales que, si bien se publicaron fragmentos en un artículo, continúa siendo un archivo personal del que todavía no sé si procederé con su publicación. Además, parte de la investigación que realicé para la maestría que culminé con la Universidad de Antioquia, fue desarrollada mientras era docente de ciencias sociales, historia, geografía, constitución política y democracia en la Institución Educativa Carlos Vieco Ortíz, en la Comuna 13 de Medellín. Los vínculos que tengo con respecto a este territorio van más allá de lo estrictamente teórico.

Dichas estas cuestiones, se hace necesario avanzar en la contextualización. Para ser breve, debo mencionar que el origen de la Comuna 13 se dio aproximadamente a finales de la década de 1970 e inicios de la década de 1980 cuando el fenómeno del narcotráfico se gestó con más fuerza en Colombia y comenzamos a vivir lo que fue el fenómeno del desplazamiento urbano. Varios de los barrios de esta comuna se formaron por emplazamientos ilegales, derivados de esos desplazamientos que se dieron en ese período de tiempo, dado que las familias, al buscar una tierra en la que pudieran asentarse para educar a sus hijos y para no convertirse en nómadas, encontraron en la 13 una oportunidad para construir una nueva vida (Olarte, 2020). Así pues, en esta comuna se asentaron y se crearon, en un principio de manera ilegal, algunos de sus barrios, como las Independencias, que son famosas por tener las Escaleras Eléctricas, uno de los sitios más visitados de Medellín.

Es un tanto complejo determinar el origen preciso de las bandas criminales en la Comuna 13. Sin embargo, se puede decir que desde su origen ha tenido algunas formas de organización que no se vinculan plenamente con lo establecido en la ley toda vez que, cuando comienzan a llegar más personas a este territorio en la década de los ochenta, se comienza a tener ciertas percepciones de inseguridad, lo cual hace que las personas tomen decisiones sobre algunos patrullajes que se realizan sobre los barrios que hay en la zona, para garantizar la seguridad de los pobladores (Villegas, 2020). Esto lo realizan porque no se cuentan con las autorizaciones estatales y la fuerza pública, entre ellas la policía y el ejército, tenía la instrucción de no asistir a estos pobladores dada la condición de irregularidad en la cual se estaban asentando en la comuna.

Posteriormente, cuando el conflicto entre el Estado y las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) toman nuevos matices en el país y abandonan la lucha armada en las zonas selváticas para comenzar con la guerra al interior de las ciudades, se presenta un fenómeno conocido como las milicias urbanas, que, en concreto, son algunos bloques de estas guerrillas que se insertan en la población civil, para reclutar nuevos militantes para sus organizaciones. Cabe destacar que estas cuestiones se planteaban como unas formaciones que se realizaban: los partidarios de las guerrillas llegaban a territorios como la Comuna 13 dado que estaban en una situación de vulnerabilidad y, al no tener la presencia de la fuerza pública, se podían movilizar con mayor propiedad por el territorio y formar a las nuevas generaciones en un pensamiento fundado en el marxismo – leninismo, lo cual representaba para ellos una novedad, así que los jóvenes comenzaron a sumarse masivamente a esto, puesto que lo veían como una oportunidad de crecimiento intelectual y, al carecer de escuelas propiamente dichas, ocupaban la mayor parte de su tiempo en estas formaciones que las guerrillas les brindaban y retribuían a la comunidad en garantías de seguridad, pues estas personas que comenzaron a vincularse con las milicias, prestaban servicios de “limpieza social” al imponer comparendos y sanciones a los ladrones o esposos maltratadores y conciliaban los conflictos entre vecinos; de tal suerte que se viera beneficiada la armonía del barrio (Villegas, 2020).

En parte ha sido el abandono estatal lo que ha hecho surgir las milicias en este territorio en específico y, además, con el paso del tiempo, los mismos jóvenes se desvinculan de las Farc y el ELN para fundar su propia milicia, una que naciera en el territorio para servir a la comunidad: el Comando Armado del Pueblo (CAP) (Rendón, 2015), lo cual se produjo el 28 de febrero de 1996. Los jóvenes que comenzaron a integrar este nuevo grupo de milicias, utilizaron armas para defender su territorio, para ajusticiar a quienes infringían las normas y para ganar un poco más de respeto ante la comunidad dado que, al verlos armados, se podían presentar como los guardianes y custodios de la seguridad del barrio, como si estuvieran autorizados para adelantar acciones de la hegemonía de las armas y solo ellos estuvieran allí para realizar las actividades que le eran propias a la fuerza pública, que continuaba sin hacer presencia en la Comuna 13.

Por otro lado, según la Sentencia del 24 de septiembre de 2015 del Tribunal Superior del Distrito de Medellín, Sala de conocimiento de Justicia y Paz, entre 1995 y 1997, época en la que fue gobernador del departamento de Antioquia el señor Álvaro Uribe Vélez, hubo un auge en los ejércitos paramilitares. Cabe destacar que estos grupos, de los cuales son más conocidas las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), tuvieron un emplazamiento en diversos sectores del país, aunque en Antioquia utilizaron como cantera para reclutar a los miembros de este ejército a las empresas de seguridad que prestaban sus servicios en Medellín y en Urabá (otras de las regiones del departamento).

Además, los paramilitares tenían una ideología radicalmente de ultraderecha a diferencia de las guerrillas y las milicias, cuyo pensamiento era de izquierda. Las empresas que las AUC usaron como fachada para reclutar soldados fueron la Convivir y la Coosercom. El auge de estos ejércitos paramilitares se dio justo en los puntos en los que más actividad se realizaba por parte de las milicias urbanas como los CAP en la Comuna 13. De esta manera, comenzó a gestarse una disputa en el pensamiento entre unos y otros, aunque, con el paso de tiempo, se fue agrandando más por las actividades económicas ilícitas que practicaron para el sostenimiento de estas organizaciones en sus territorios.

Debo agregar que la Comuna 13 de Medellín es de vital importancia para la actividad económica de la ciudad, pues ella resulta ser un corredor vial para el tráfico de armas y de drogas, no solo para la ciudad sino también para el departamento en el que se encuentra (Antioquia), que resulta ser uno de los más grandes y poblados de Colombia. Dada esta razón, se convirtió en un particular interés en ella por los ejércitos paramilitares dado que por este territorio podían extraer sus drogas e introducir armas a la ciudad, lo cual servía para los fines que tenían en Medellín. Para finales de la década de 1990 e inicios del 2000 se gestó una guerra entre las milicias de las Farc, el ELN, el CAP contra las AUC para ver cuál de todos se quedaba al mando de la Comuna 13 y así poder continuar con la expansión de sus actividades ilícitas y la toma de las rutas del narcotráfico que habían sido abandonadas luego de la muerte del capo Pablo Emilio Escobar Gaviria algunos años antes. Todo este entramado es el que nos da la posibilidad de pensar en las cuestiones más inimaginables que sucedieron en medio de este conflicto. Luego de que las muertes aumentaran en la 13, se llamó la atención del Estado dado que el índice de asesinatos aumentó significativamente en la ciudad, convirtiendo a la Comuna 13 en uno de los lugares más violentos del mundo. Justo ahí, la administración local, encabezada por Luis Pérez Gutiérrez, pretendió instaurar algunas intervenciones militares para retomar el control de la comuna y así garantizar la seguridad de la población civil, aunque habían sido sus antecesores quienes ni siquiera se habían preocupado por esta comuna. Para continuar, veamos el comentario que realiza Aricapa al respecto:

Así, en los barrios marginados de lo oficial, surgió lo contestatario, lo ilegal y lo subversivo que encontraron allí terreno abonado para la prédica y la acción. La respuesta oficial como en muchas partes es un poco de zanahoria y mucho garrote. Por eso mismo antes de la Operación Orión, ya se había ensayado otras operaciones, algunas sin nombre y otras con la prosopopeya militar: Primavera (1 al 3 de febrero del 2001), Otoño (última semana de febrero de 2001), Mariscal (21 de mayo de 2002, considerado uno de los más grandes y prolongados, con un número de víctimas reconocidas superior a la Operación Orión); Potestad (15 de junio de 2002), Antorcha (15 de agosto de 2002), hasta llegar a la más impactante como lo fue Orión; más otras acciones previas de los organismos estatales contra reductos guerrilleros, milicianos, bandas sicariales y, en general, la delincuencia común (Aricapa, 2017: 11).

En la investigación realizada en el marco de mi maestría en educación con la Universidad de Antioquia, descubrí que entre el 2001 y el 2003, hubo en total 27 intervenciones militares en la Comuna 13 de Medellín, siendo las más célebres Mariscal y Orión dada la crudeza de los acontecimientos que sucedieron en ambas. Cuando estos hechos ocurrieron, y que llegó Orión a la 13, yo tenía 11 años. Para mí ha sido difícil volver a investigar estas cuestiones relativas a la violencia de la comuna en la que nací dado que permanecen imágenes, palabras, expresiones, vivencias que, a pesar de que han pasado más de 20 años, todavía no se marchan, ni se marcharán de la memoria, ya que situaciones tan complejas siempre golpean el corazón de quienes estuvimos allí como víctimas de una guerra que jamás pedimos ni solicitamos. A lo dicho por Aricapa, tendría que agregar lo que nos hereda Montoya, profesor universitario, que nos menciona lo que sigue:

Pero esta operación era la decisiva. Se había planeado con más minucia por parte de Montuno, el general del ejército, de Gallo, el general de la policía, y de Bejarano, que no era general de nadie, pero sí era jefe de los grupos paramilitares de Medellín. La operación gozaba del apoyo del alcalde de la ciudad, del recientemente posesionado presidente del país y su ministra de Defensa. Orión, así la nombraron, remitía al cazador dibujado en las estrellas (Montoya, 2021: 17).

Resultaba bastante curioso el hecho de que el nombre de una constelación y de un guerrero haya llegado hasta uno de los rincones de la Comuna 13 para expulsar a los milicianos y dejar en el territorio a los paramilitares, quienes se quedaron allí hasta su desmovilización en el 2006. La resonancia que ha tenido la Operación Orión para la comuna y la ciudad estriba en sus implicaciones a futuro puesto que representa, hasta ahora, la intervención militar de mayor envergadura que se haya registrado en una zona urbana de Colombia.

En ella participaron cerca de mil quinientos efectivos de la fuerza pública entre policías, ejército, fiscalía, CTI y la Fuerza Aérea Colombiana. Además, contó con la participación de los Bloques Cacique Nutibara y Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia, y las milicias de las Farc, el ELN y el CAP. Esta operación ha dejado una cantidad indeterminada de muertos, retenidos y desaparecidos, sin contar con que se ha convertido en una leyenda urbana el hecho de reconocer en la Escombrera, un botadero de escombros de la comuna, como la fosa común más grande del mundo dado que se han mencionado que allí, bajo más de cuatro millones de toneladas de escombros, se encuentran los cuerpos sin vida de miles de personas, todas ellas víctimas de la Operación Orión.

Hasta aquí la contextualización de las fotografías tomadas por Jesús Abad Colorado, las cuales procedo a introducir y analizar.

Las fotografías del conflicto

Las imágenes que nos representamos del conflicto, en muchas ocasiones, nos dejan más preguntas que respuestas. ¿Qué estarían pensando las personas que han posado para las fotos? Nos sirven de modelo para la fotografía, pero, más allá de la imagen ¿qué hay de sus vidas?, ¿cuáles son las experiencias que han debido vivir? Estas fotografías son testimonio vivo de lo que sucede en medio de la guerra; son la inmortalización de las emociones que, al instante de ser tomadas, nos plasman lo que después recordaremos como una época compleja de nuestra historia y, más allá de ello, nos enseñan la fragilidad y la vulnerabilidad que en muchas ocasiones nos dominan a los seres humanos.

La guerra y la muerte siempre están presentes en la existencia de todo individuo, pero pretendemos olvidarnos de ellas, hasta que imágenes y fotografías le dan la vuelta al mundo para recordarnos que jamás se han ido de la faz de nuestro mundo. Mientras esto nos sucede, los modelos que sufrieron los avatares del conflicto permanecen estáticos en la fotografía, mientras el resto de la humanidad sigue con sus actividades cotidianas, olvidando el tormento que debieron pasar quienes posaron para ese momento fugaz que duró la toma de la imagen.

Colombia, por desgracia, ha sido experta en seguir de largo en su quehacer dado que, como desde la época de la invasión española a nuestra nación, siempre hemos estado en guerra; la hemos normalizado, olvidando nuestra fragilidad y los centenares de testimonios y modelos que han posado en las fotos y que parecen haber caído en el abismo del olvido.

Las imágenes, en general, están cargadas de historias, de significados que en muchas ocasiones desconocemos pero que están ahí, latentes, expuestas con algunos matices, colores o a blanco y negro. Se hacen presentes, esperando ser descubiertas por el ojo que las admira y se inquiera por saber lo que hay detrás de ella.

Esa historia oculta en la mirada del modelo es la que nos interesa de la imagen, la que despierta la curiosidad del observador. Según mi concepto, no vamos a un museo a “ver” imágenes o pinturas: debemos asistir con el deseo de descubrir lo que está expuesto, a admirar la belleza contenida en unas imágenes y a dejarnos llevar hacia una multitud de relatos que pretenden decirnos aquello que, para nosotros, hasta ese momento, es desconocido.

Las imágenes, los modelos que posan para las fotografías, son más que colores y siluetas. Son personas con una historia de vida que interpretan, en un retrato estático, la profundidad de lo existente más allá de las figuras que vemos. Por ello me he dado a la tarea de contextualizar lo que ha sido el conflicto particular en la Comuna 13, pues las imágenes que van a venir están plenamente atadas a este contexto, a este pasado tan propio de Colombia que permanece estático en un mundo que da vueltas.

Las fotografías, como piezas de arte, nos ayudan a conservar la memoria de nuestro pasado y, en ese sentido, son más que una sola imagen, pues se convierten en testimonio de lo acaecido en el conflicto.

Como lo decía en la introducción, las pinturas, por ejemplo, nos dicen mucho acerca de las expresiones, el cuerpo, los colores, la época en la cual se circunscribe la obra. No obstante, en el caso particular que se analiza en este artículo, estamos hablando de imágenes, fotografías reales que retratan la guerra particular de un territorio que hace dos décadas era considerado el más peligroso del mundo pero, que hoy, ha logrado una transformación positiva al verse en medio de colores, pinturas, grafitis, esclareas eléctricas, bailes, cantos, Hip – Hop, y la visita de decenas de turistas que vienen a la ciudad y a la Comuna 13 a observar cómo somos de alegres ahora.

Esa transformación nos ha costado ríos de sangre, toneladas de miedo y kilómetros de incredulidad. Hace veinte años nadie apostaba un dólar por nosotros y creían que estábamos condenados al exterminio, a ser pobres y abandonados para siempre. Por eso nos cambiaron a las milicias para brindarnos a los ejércitos paramilitares: nos querían sumisos y con miedo, pero de las cenizas y de los muertos, hemos surgido de nuevo para denunciar aquello que de injusto hemos sido testigos.

Las fotografías, los modelos que han posado en ellas nos alientan a denunciar lo que hemos vivido ya que durante años hemos estado temerosos de lo que podían hacernos; pero, ahora, los niños que no asesinaron en la Operación Orión, somos los que contamos la verdad de lo ocurrido para que, por medio de la rebeldía de la escritura y el arte, el mundo sepa lo que un día vivimos.

Nuestras armas son los lapiceros, nuestras balas son la tinta con que escribimos y el objetivo es contar lo que nos sucedió. Ni perdón ni olvido. Las imágenes no mienten sobre la crudeza de lo vivido. Ya hemos tenido nuestra barbarie y las fotografías devinieron en los registros, las pruebas de lo que muchos de nosotros experimentamos en la época de Orión. Fuimos su laboratorio para implementar la política de seguridad democrática y durante muchos años hemos acertado en gritar que nos regalaron miedo para vendernos seguridad.

Cuando se habla de modelos en el arte y modelos de vida, siempre se puede pensar en aquello que de positivo le esté aportando algo a la sociedad. Y es verdad, dado que el arte, independientemente de lo que se esté representando, nos enseña a ser más sensibles frente al dolor de los demás; las imágenes del conflicto nos lo muestran al registrar el dolor que sintieron los modelos en el momento en el cual posaron para estas fotografías. En algunos casos excepcionales, de las cuestiones más negativas, se puede levantar el vuelo y reconstruir el tejido social a través del arte cuando un pasado tormentoso se ha apoderado de la historia del territorio. Este es el presente caso.

En la Comuna 13 hemos vivido el dolor de 27 intervenciones militares, aunque veinte años después, somos completamente distintos ya que aprendimos, con dolores y tormentos, que la guerra no es nada bueno para nadie, pues de allí solo pueden extraerse negatividades, traumas y sufrimientos. En la primera imagen observamos la inocencia de una niña, expuesta en la fotografía.

Imagen 1. El Testigo.

Imagen 1. El Testigo.

Fotografía de Jesús Abad Colorado.

Es una niña mirando por un agujero de una ventana. En otro contexto, diríamos que ese agujero ha sido provocado por un juego de niños, tal vez una piedra, una pelota de béisbol o cualquier otro objeto del tamaño del ojo de un niño y, además, inadvertidamente golpeó el cristal provocando el orificio por el cual la niña observa la lejanía, un paisaje desconocido para nosotros. Pero no. No fue la inocencia la que rompió el cristal, ha sido una de las balas lanzada por alguno de los actores del conflicto que impactó la ventana. La niña ve, a través de este agujero, el infinito de posibilidades que pudieron haber sucedido allí en caso tal de que ella, sus hermanos o sus amigos, hubiesen estado en el momento en el que la bala atravesó el cristal de la ventana. ¿Habrían corrido ríos de lágrimas a causa de ello? Lo que se puede observar allí es que, a pesar de tener el agujero en la ventana, no se ha captado alguna mancha de sangre que implique la muerte de alguien.

¿Será la casa de esta niña, la de un vecino, un amigo, un compañero de escuela, un maestro? Lo desconocemos. Tan solo vemos a la niña observando a través del agujero que una bala hizo en esa ventana. No hay cortinas ni celosías. Está la niña, su ojo, el agujero, dos barrotes y un universo de posibilidades. ¿Hacia dónde mirará? ¿Tal vez al infinito?, ¿acaso al futuro? Su expresión quedó registrada en una fotografía que sirvió para captar un modelo de barbarie, de terror en medio del conflicto. Esta niña ha sobrevivido a este impacto de bala, pero ¿cuántos otros niños murieron en medio del fuego cruzado en tiempos de Orión? Este mítico guerrero, despertado para descender de una constelación en la que dormitaba eternamente, ha quedado plasmado en diversas manifestaciones artísticas en la Comuna 13 de Medellín, en donde los sobrevivientes de este período de conflicto han manifestado, desde diversas aristas, sus deseos de que esto no se repita.

En la 13, los habitantes del territorio no han ocultado su pasado: antes bien, lo han plasmado por todas partes. Sus experiencias están representadas en murales, los cuales son visitados por decenas de turistas al año. Aunque también se plasman en canciones, en rimas acompañadas de un beat que denuncian lo que han vivido y heredan a las nuevas generaciones las impresiones que una persona o un grupo han tenido acerca de la 13. También están aquellos que, de una manera más silenciosa, depositan sus narraciones a través de poemas, aunque sean poco leídos o conocidos en una ciudad que le apuesta a la tecnología y no a la literatura.

Ahora bien, debo señalar que estas narraciones, estas pinturas, grafitis y rimas están asociadas siempre a una persona, a una experiencia y a una biografía de acontecimientos que alguien ha vivido y que ha expuesto a los demás por medio de ciertas manifestaciones artísticas que le ayudan a aliviar su dolor y, al mismo tiempo, contribuyen a que los hechos acaecidos en el pasado no caigan en el olvido. Así pues, cuando vemos un grafiti, observamos allí a alguien que ha pintado; cuando escuchamos unas rimas de Hip – Hop, también notamos a alguien que, por medio de la lírica y el beat expresa sus percepciones de lo que acaece a su alrededor; de igual forma, al leer un poema, señalamos al autor que lo ha escrito. Cuando tenemos una narración, debemos reconocer a quien hay detrás de ella. Así, cuando observamos la fotografía de esta niña, debemos notar que existe una historia detrás de ella, a la vez que existe una biografía del fotógrafo que ha captado este momento para inmortalizarlo hacia el futuro. La guerra ha manchado de rojo nuestra existencia, aunque en la fotografía no se note, pues ha sido registrada a blanco y negro para no evidenciar la crudeza de lo vivido.

Aquí, aunque la niña no ha posado para la foto, el fotógrafo ha capturado la tragedia, un modelo de vida que a muchos de nosotros nos ha tocado vivir en medio del conflicto, pues, a pesar de que hemos elegido otros planes de vida, muchos de nosotros hemos estado ahí cuando Orión, el mítico guerrero, llegó a la 13. Lo que hace Jesús Abad Colorado es registrar la tragedia, la guerra por medio de sus fotografías para mostrar lo que esto puede representar para la ciudadanía.

Las historias del conflicto son muchas: Aricapa (2015), Rendón (2017) y Montoya (2021) en sus escritos nos narran esas experiencias, esos testimonios en forma de crónicas, en la estructura misma del lenguaje literario. Allí nos muestran cómo, algunas personas, resultaron heridas o muertas por las balas mientras preparaban el desayuno o veían la televisión. Jesús Abad Colorado, por su parte, nos hace esa narración a través de la fotografía, permitiendo que la mente del observador divague en la infinitud de posibilidades que han podido acontecer en el territorio para que esta niña termine mirando por el agujero abierto por esa bala. El modelo de vida que se pretende plasmar aquí está mediado por la guerra y el conflicto. Más allá de lo que la literatura nos diga, son las fotografías las que registran el breve instante en el que suceden los hechos y muestra los sentimientos de las personas que en ese momento quedaron capturadas por la lente del fotógrafo.

¿Y qué tal si la niña hubiera estado ahí antes y que la bala, al impactar la ventana, hubiese acabado con su vida? He traído la imagen, la fotografía a colación dado que lo referente a la infancia, bien sea en Colombia o en cualquier otra parte del mundo, conmueve más los corazones de las personas. Los niños pueden ser modelos en cualquier otro escenario, pero cuando su modelaje está anclado en la guerra y en el conflicto, parece que las cosas comienzan a funcionar de una manera distinta, siendo la imagen y el testimonio el origen de una multitud de emociones y cavilaciones.

Desconozco el paradero de la menor; pudo haber muerto en la guerra de la 13 o pudo haber sobrevivido. Ambos caminos pudieron ser posibles. Se queda anclado en un “tal vez”, pues la guerra no distingue la edad ni el género de nadie: cuando Orión llegó, se llevó con él a una cantidad indeterminada de personas. La muerte de la niña se hace mucho más posible cuando nos enfrentamos a otras narraciones y vemos cómo los niños de la 13 se acercaron a la muerte y terminaron perdiendo más que cualquier otra población.

Así pues, las fotografías, cuando representan arte, nos muestran una infinidad de historias, la mayoría desconocidas para nosotros. El trasfondo de cada una de ellas puede ser bastante complejo como para entrar a una investigación que pretenda dar cuenta del conflicto. Las personas han sido capturadas aquí gracias a estas fotografías. Ellas estaban en medio de sus actividades cotidianas, pero a nosotros nos sirven hoy para analizar lo que ha sido ese pasado tormentoso, ese modelo de vida sometido a la guerra y al conflicto en una de las ciudades más pobladas de Colombia y que en la actualidad es el distrito especial de ciencia, tecnología e innovación.

Introduzco aquí otra imagen que nos habla acerca de los vínculos entre los paramilitares y la fuerza pública. Esta unión ha quedado capturada por esta y otras fotografías del conflicto particular de este territorio de Medellín.

Imagen 2. Un paramilitar colabora con las autoridades

Imagen 2. Un paramilitar colabora con las autoridades

Fotografía de Jesús Abad Colorado.

Esto es parte de mi testimonio frente a los modelos que fueron capturados en las fotografías que registra el conflicto particular de la Comuna 13, acaecido hace 20 años. En esta foto se observa la perturbación a la vida cotidiana por parte de quienes están portando las armas, sin contar con el hecho de que quien está señalando a alguien, además de estar encapuchado, ha jugado un papel esencial en el transcurso de la guerra particular de la comuna 13. El mero hecho de ser señalado te hacía culpable de cualquier delito (Aricapa, 2015). De hecho, en otras investigaciones como las de Rendón (2017), Olarte (2020) y Montoya (2021) se mencionan las arbitrariedades al momento de proceder con las capturas de quienes, presuntamente, habían cometido algún tipo de delito: solo se requería del señalamiento de algún encapuchado para ser culpable de ser miliciano, de participar, promover o patrocinar de alguna manera los grupos al margen de la ley o ser acusado de obstruir la justicia.

La fotografía es una de las muestras documentales de los hechos que comento, pues el encapuchado, al momento de señalar una casa o una persona, autorizaba a la fuerza pública para ingresar allí y llevarse a los presuntos responsables de los hechos. Algunos de estos capturados, por desgracia, no regresaban a sus casas (Tribunal Superior del Distrito de Medellín, 2015). Así pues, quienes son registrados en esta fotografía nos muestran que son un modelo de “soplones” o colaboradores de la justicia y que, sin ningún elemento probatorio, fungen como los justicieros de quienes están cometiendo acciones contra la hegemonía de las armas, que debería estar bajo el control del Estado colombiano y no bajo las milicias de las Farc, el ELN o el CAP que tenían presencia en este territorio. En tanto suceden estas cuestiones, se observa que algunas pocas personas civiles están de pie observando la situación que acaece con los militares y este paramilitar.

La irrupción de la vida cotidiana de las personas se ve allí reflejada en tanto que la predominancia de los militares hace que la mayoría de los civiles se resguarden en sus viviendas, dejando solo unos pocos que se arriesgan a estar en la calle, para ser testigos de lo que está sucediendo en su territorio. Si bien es cierto que estas personas no están posando para la fotografía, esta se convierte en un modelo de lo que es la vida cotidiana de las personas en medio del conflicto armado que están viviendo. Una calle tiene predominantemente la presencia de las autoridades, quienes, estando armadas, ingresan a las casas luego de ser informadas por un encapuchado de algún eventual riesgo que puede estar allí sucediendo.

Así pues, en las imágenes que se han introducido, tenemos el modelo de vida de personas que han vivido la guerra en su cotidianidad. En ambos casos se nos muestran dos aristas diferentes de lo que es un conflicto armado: en primer lugar, la curiosidad de una niña que observa, a través del agujero en una ventana provocado por una bala, la multitud de posibilidades que pueden derivarse de esto. En la segunda, la colaboración de los ejércitos paramilitares, quienes se desmovilizarían en el 2006, con las autoridades para instaurar el orden y recuperar la hegemonía de las armas, aunque ello implicó la captura de personas sin el sustento jurídico necesario (Aricapa, 2015). En ambos casos el modelo de vida está enmarcado en la tragedia de la guerra que ha irrumpido en la cotidianidad para generar sensaciones que de otra manera serían imposibles de obtener: la zozobra y el miedo de perder a los seres queridos fue algo que abundó en los días de este conflicto particular, capturado en las imágenes y fotografías que la lente de Jesús Abad Colorado registró para la posteridad.

Conclusiones

Los modelos pueden representarse de diversas maneras. Están aquellos que se encuentran en el arte, en las esculturas, en las pinturas, en la música, en los grafitis, en los murales, en la televisión incluso. Pero existen, dentro de la gama de arte, las fotografías que capturan, que registran las vivencias acontecidas en este caso en el conflicto armado en Colombia. Uno de los más resonados en los últimos años ha sido el simbolizado por ese nombre de Orión, que vivió la Comuna 13 durante el 2002 cuando se pretendió expulsar al último bastión miliciano de este territorio para recuperar el orden y el control por parte de las autoridades competentes. Esas imágenes guardadas y publicadas por Jesús Abad Colorado nos muestran otra de las facetas del arte, que nos dice que el mal también se hace presente en la sociedad y que nos puede inspirar a crear literatura, fotos, relatos y testimonios de lo que sucedió en nuestro pasado para crear memoria de lo sucedido.

Esos modelos que son capturados para estas fotos pueden ser desconocidos - caso de la niña, por ejemplo -; podemos perder el rastro de ellos o pueden transformarse con el paso de los años o, en el caso del encapuchado, podemos desconocer su rostro, su identidad, pero está ahí perpetuamente plasmado en la fotografía. Del mismo modo, estas fotografías, las historias de esos models de la guerra y de la tragedia que han estado allí en medio del conflicto y que nos hacen pensar en la cantidad de acontecimientos que sucedieron alrededor de esta fotografía representan una irrupción en la vida cotidiana de las personas y, al mismo tiempo, una multitud de aristas se pueden analizar en torno a ellas sabiendo cuál es la historia particular del territorio y del tiempo en los que fueron capturadas.

Aquí presenté una parte de lo que he logrado descubrir acerca de estas fotografías y de lo que han debido vivir los modelos que están allí. Siempre es necesario observar, entonces, el arte en medio del contexto en el que se sitúa. Cuando vemos una fotografía lejos de su contexto, sin comprender la cantidad de aristas que se sitúan en torno a ella, podemos pasar de largo en su análisis o construir otro tipo de discursos en torno a ella como el hecho de observar la calidad de la imagen, si está bien tomada o no, o las características propias de la cámara que registró la fotografía. Por el contrario, cuando conocemos el contexto general nos damos cuenta de que lo que se ha capturado en las imágenes, en las fotografías, está relacionado con la historia particular del territorio, con las personas que vivieron ese contexto y, que, además, fungen como modelos, en este caso particular de la guerra, la muerte y la tragedia.

Los modelos de vida no siempre están atados al bien o a la bondad. En casos como el presente, lo que se registra en las fotografías se puede asociar a la tragedia, la muerte y el dolor de quienes hemos estado en estos espacios particulares durante los meses en que se desarrolló la Operación Orión y las demás intervenciones militares que ejecutó el Estado colombiano en la Comuna 13 de Medellín. Hoy sabemos que es un lugar distinto al mostrado en estas fotografías en tanto que las personas han logrado tomar este sufrimiento y transformarlo en arte, pero el pasado, la historia de lo que se ha vivido ahí todavía no se marcha del territorio en tanto que está atado a cómo la Comuna 13 ha logrado darle nuevos significados a sus lugares, ser diferente y convertirse en un lugar modelo, lejano a la guerra y a la muerte.