Verónica Estay Stange (Ed.) “Semiótica y posmemoria” (2 vol. ), Tópicos del seminario. Revista de Semiótica, núm. 44-45, 2020/2021

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Sobre el estudio de la posmemoria

Note de bas de page 1 :

Alexis Lira Reyes, Ivette Martínez Martínez, Abigail Martínez Mila, Rafael Ángel Mendoza García, Raúl Saldaña León, Ana Victoria Salvador Delgado, María Luisa Solís Zepeda, Lorena Uribe Joffre. Programa de Semiótica y Estudios de la Significación / Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales, Universidad Autónoma de Puebla.

Taller de estudiantes de semiótica SeS/ARPA1

En el otoño de 2020 y la primavera de 2021 se publicaron en Tópicos del seminario, Revista de semiótica dos volúmenes dedicados al estudio de la posmemoria, lo cual nos habla de la prolífera respuesta a la convocatoria de la editora, Verónica Estay Stange. Un año antes, en 2019, ella fue recibida como profesora invitada en el Programa de semiótica y Estudios de la Significación de la Universidad Autónoma de Puebla. En esa ocasión, nos hizo partícipes de los comienzos de este proyecto de largo alcance, que se proponía circunscribir el término de posmemoria, encaminándolo a una reflexión teórica y semiótica centrada en su presencia en ciertas expresiones artísticas. Ahora, aquellos que estuvimos en el curso Semiótica, arte y posmemoria, reseñamos esos dos volúmenes de Tópicos.

Estay Stange presenta esta investigación colectiva con una primera definición de posmemoria: “la transmisión de la memoria de la generación que vivió en carne propia un traumatismo colectivo, a las generaciones siguientes, que no estuvieron directamente confrontadas con él”. Es a finales del siglo pasado que comienzan a abundar testimonios de esta “trasmisión del trauma”, a partir de las grandes guerras y de los golpes de Estado latinoamericanos. Las metáforas usadas perdieron terreno ante el término que nos ocupa, introducido por Marianne Hirsch en el marco de los Memory Studies. Es dentro de este dominio de estudio que se hizo aún más necesaria su especificación para diferenciarlo de otras nociones afines. Así, los rasgos distintivos de la posmemoria serían “su dimensión colectiva y su carácter transgeneracional”. De esta manera, y con un franco aliento transdisciplinario, los dos volúmenes de “Semiótica y posmemoria” reunieron a once investigadores, quienes, desde sus intereses y líneas particulares, buscan objetivarla y conceptualizarla. Así, esta doble entrega de Tópicos resulta un semillero para futuras reflexiones y análisis sobre la posmemoria. A continuación presentamos una breve descripción de ambos volúmenes.

I

En “Los engaños de la posmemoria”, Patrizia Violi despeja las nociones de memoria y posmemoria, sus fundamentos teóricos e históricos y la especificidad que pueden adquirir desde la perspectiva de la semiótica estructural. Así, en un primer apartado, “Los recuerdos de otros”, la autora recuerda que los estudios de la memoria, denominados Memory Studies, desarrollaron el concepto de posmemoria a finales de la década de los noventa. Sin embargo, tal como la memoria es concebida, esta nueva noción parecía evadir la precisión. M. Hirsch emplea este término para denominar el trauma “recordado” por una determinada generación, y recibido sólo por las formas discursivas que la generación previa produjo. Se trata de una memoria heredada a través de historias e imágenes que, al influir sobre el entorno y vida personal de la generación sucesiva, construyen indirectamente fragmentos traumáticos. En el segundo apartado, “La memoria transgeneracional”, Violi explora los dos tipos de transmisión psíquica reconocidos por el psicoanálisis: la intergeneracional –vivencias transmitidas a las generaciones sucesivas por medio de formas discursivas elaboradas– y la transgeneracional –que supone una transmisión no lineal (pudiendo ir a una tercera generación o más allá), donde el trauma se comunica de una manera no explícita y basada en lo “no dicho” : es algo silenciado, oculto y vergonzoso. Al no existir una elaboración, no hay una reconstrucción del sentido, el discurrir del mismo se bloquea, y el intento de desbloqueo genera padecimientos somáticos y afectivos tales como la culpa y la angustia. Desde el punto de vista de las modalidades semióticas, se trataría de la conjunción entre el saber y el no saber, es decir, un “saber-no sabido”. Clínicamente, este vacío necesita una restauración del proceso de significación interrumpido, algo que “devuelva” o “dote” de palabras e imágenes a lo no dicho: semiotizar lo vivido. En este punto, Violi sigue a Abraham & Torok, quienes recurren a la metáfora del “muerto sin sepultura”. Un ejemplo representativo en Latinoamérica sería el de los desaparecidos durante las dictaduras, los cuales han sido acogidos por el colectivo social como “fantasmas”. En el tercer apartado, “Memoria y posmemoria : ¿dos fenómenos diferentes ?” Violi identifica las diferencias entre una y otra, sugiriendo que, al respecto, hay un equívoco teórico de fondo: la experiencia “directa” existe únicamente para los que vivieron en primera persona el acontecimiento traumático, de modo que todas las demás generaciones pierden la experiencia en presencia y conviven con la experiencia mediada, documentada, existente en formas discursivas. Más aun, tal sería la doble naturaleza de cualquier tipo de memoria: la experiencia directa y la experiencia mediata. Ahora bien, es posible que la reconstrucción del recuerdo sea más pregnante que la experiencia directa, volviendo ese recuerdo significativo y memorable. Por ende, la posmemoria sería en realidad la forma general de la memoria. En el cuarto y último apartado, “La transmisión de las memorias”, Violi replantea su perspectiva: no es su objetivo profundizar en la naturaleza del fenómeno, sino analizar sus modos de manifestación. Para ello, aborda el término de “transmisión”, observando que en él coexisten dos acepciones distintas: la transferencia y la propagación, las cuales se diferencian una de la otra por el grado de consciencia y actividad de los sujetos. Retomando lo dicho en el segundo apartado, la autora sugiere que la transmisión intergeneracional, cuya característica es la elaboración de la transmisión, se asemeja a la transferencia, mientras que la transmisión transgeneracional se vincularía con la propagación o el contagio. El artículo concluye con la idea de que la posmemoria es una categoría “paraguas”, pues a partir de una acepción restringida ella ha llegado a englobar nociones y formas del recuerdo muy variadas, extendiéndose hasta la memoria de todos lo que no participan personalmente en determinado evento. Otro aspecto que queda abierto a debate es si la posmemoria debería restringirse únicamente a los acontecimientos traumáticos o si la naturaleza del recuerdo es menos relevante que su cualidad de posterioridad.

En “Pos memoria, traducción y montaje del recuerdo”, Mario Panico considera, como P. Violi, que la posmemoria –el proceso de transmisión generacional de un recuerdo– está ligada a los procesos de traducción y reescritura de quien no vivió propiamente el evento pasado, muchas veces motivado por un poder imaginativo que le permite plasmar el recuerdo ajeno en formas audiovisuales y literarias. Ello constituye el eje central de la tesis de Panico, quien reflexiona e indaga sobre el proceso descrito para dar respuesta a las preguntas : ¿cómo adviene esta traducción de la primera memoria a la segunda generación ? ¿cómo contribuye la imaginación a la traducción de recuerdos ? Para responder a estos interrogantes, el texto toma como base un filme documental, titulado El silencio es un cuerpo que cae (2017), de la argentina Agustina Comedi. Se trata de un montaje de filmaciones familiares amateurs que entrelazan memorias privadas y colectivas, realizadas por el padre de la artista, Jaime. Comedi rescata las grabaciones –que reinterpreta– con tres objetivos : reconstruir la memoria prematrimonial de su padre, insertarla dentro de la memoria de la comunidad LGTB en una argentina conservadora marcada por la dictadura, y, finalmente, reconstruir su propio legado memorial. El resultado es un acto de reescritura de la memoria, es decir un cambio en la significación de la intención original de las grabaciones. Comedi traduce el relato original en uno nuevo mediante el montaje, provocando también un cambio de destinatario, que es ahora el espectador del filme y ella misma. Otro aspecto que también se pone en evidencia son las carencias del recuerdo entre lo que aparece y lo que se supone. Según el texto de Panico, en el filme la carencia se manifiesta en las maneras en que la autora “sabotea” el secreto, el silencio y la censura. Mediante algunos ejemplos, se observa que la directora reescribe y relee las filmaciones de primera mano y las utiliza para la reconstrucción de la memoria personal de Jaime, pero la de su familia y la suya propia. A modo de conclusión, Panico señala que, en estos procesos de la posmemoria, los herederos no reciben los recuerdos originales, sino que participan de manera activa en la reconstrucción de su propia memoria, siendo traductores entre dos contextos.

En “Una memoria sin recuerdos”, Blaise Pierrehumbert parte de una pregunta : ¿cómo es posible sanar un trauma que no recordamos porque ni siquiera nos pertenece ? Así, el autor nos ofrece tres hipótesis –basadas en diferentes teorías– sobre la inscripción transgeneracional de las huellas del traumatismo, característica de la posmemoria. La primera hipótesis tiene su fundamento en el psicoanálisis que, como dijimos, emplea la metáfora del fantasma para referirse a la transmisión intergeneracional de experiencias traumáticas que han sido reprimidas. El heredero del trauma puede por ejemplo identificarse con “los terribles personajes del pasado”, y vincularse con ellos de alguna manera : es el proceso característico de lo que se llama la “identificación con el agresor”. Tales estudios llevaron a realizar otros, enfocados en el “apego”, con una perspectiva más experimental. Estos últimos se preguntan cómo un adulto puede percibir y representar sus estados mentales y los de sus descendientes (función reflexiva). Así, la segunda hipótesis considera que, si el sujeto después del trauma no percibe el “menú” de sus emociones, si las niega, también las hace inaccesibles a sus hijos, pues los padres comunican a sus hijos (inconscientemente) las estrategias defensivas que ellos utilizaban. La tercera propuesta proviene de la epigenética, que considera la existencia de legados tanto innatos como adquiridos, postulando así una forma de herencia inscrita en el sistema genético y gracias a la cual se transmitirían características inducidas por la experiencia.

El trauma psicosocial en las narrativas intergeneracionales”, de Ximena Faúndez Abarca y Fuad Hatibovic Díaz, presenta los resultados de una serie de entrevistas que nos permiten, en primer lugar, comprender el contexto social en el que Chile se enfrentó a la dictadura militar. En segundo lugar, nos ayudan a entender el fenómeno del trauma intergeneracional que va de las víctimas de violencia política a sus hijos, y el modo en este proceso puede estar determinado por el género. Así, los principales resultados del riguroso estudio llevan a identificar características distintivas de las memorias del pasado traumático asociadas a las variables de generación –primera, segunda o tercera– y género –femenino o masculino. Respecto al género, en la primera generación (víctimas directas de violencia política) se encontraron diferencias en los testimonios asociadas a los roles sociales hegemónicos y a expectativas culturales relativas al sistema sexo-género. Las mujeres, al recordar el pasado, se sitúan en una posición de mayor pasividad y fragilidad, expresan sus emociones y no hablan directamente de su militancia ni se presentan como protagonistas de lo narrado, aunque se detectaron ciertas diferencias cuando se trata de transmitir la experiencia a figuras significativas tales como hijos/as y nietos/as. Por su parte, los hombres se presentan como protagonistas activos de la historia narrada, no expresan sus emociones y se distancian de los eventos de la vida privada, haciendo énfasis en lo público. Ahora bien, la forma en que mujeres y hombres transmiten su experiencia a la segunda o tercera generación, también difiere. De esta manera, diversas “memorias” se van construyendo : de mujeres y hombres (de acuerdo al tipo de violencia experimentada, directa o indirecta), de mujeres víctimas a hijas o a nietas, de hombres víctimas a hijas y nietas, de mujeres víctimas a hijos y nietos, y de hombres víctimas a hijos y nietos. A partir de estas variables, se despliega un abanico de posibilidades : la evasión, la revelación, la asunción, el silencio.

En el trabajo de Teresa Basile, titulado “De la posmemoria a la doble memoria”, se abordan tres cuestionamiento primordiales centrados en la posmemoria de los hijos de víctimas del terrorismo de Estado durante la dictadura Argentina (1976-1983) : a) ¿qué memoria construyen los hijos, la de los padres o la de ellos mismos ?, b) ¿cómo configuran estos hijos la narración memorial ?, c) ¿cuáles son los espacios donde estas memorias toman forma? Primeramente, nos dice la autora, la posmemoria es un término que se refiere a un conocimiento heredado : un trauma transmitido de padres sobrevivientes a hijos que padecen las consecuencias de ese trauma (de esa dictadura, en lo que respecta a Argentina). Basile nos hace recordar el caso del Holocausto –registrado y estudiado por otros autores–, y de los niños sobrevivientes que tuvieron identidades inestables. En casos así, se debe considerar la edad del infante y su cercanía o lejanía con el evento. Ya de adultos, estos niños miran y viven la experiencia traumática de distintas maneras, como parte de un “tipo”, de un grupo denominado de cierta forma, e incluso como integrantes de un colectivo o de un grupo militante. Ahora bien, en el caso argentino, la “segunda generación” –la autora opta por conservar esta denominación– posee una doble memoria, la propia (la vivencia, remota ya, de la dictadura) y la de los padres, que posiblemente fueron encarcelados o torturados. En el cruce entre la memoria de los padres y la memoria de la infancia, y en su formulación, pueden reconocerse, nos dice Basile, tres tendencias discursivas: la narrativa humanitaria –en la que se constituye la categoría víctima / victimario–, el relato político-revolucionario –recuperación del legado parental– y la narrativa familiar –que integra tanto la política como la afectividad. La doble memoria postulada por la autora encuentra su expresión en diversas prácticas tales como la fotografía, el cine, la narrativa, la poesía, el testimonio, la performance, las artes plásticas. Basile nos muestra, por medio del análisis de algunas de estas prácticas –varias de ellas claramente estéticas– la riqueza de imágenes y de léxico que va conformando lo que ella llama relatos posmemoriales.

II

El segundo volumen de “Semiótica y posmemoria” abre con el trabajo de Denis Bertrand titulado “Desgaste del tiempo, olvido, reactivación”. En este artículo, el autor aborda el tema de la posmemoria a través de un caso particular: la matanza de San Bartolomé que tuvo lugar en París en 1572. El autor nos lleva de la mano para tratar de responder a una pregunta capital: “¿qué nos enseñan, desde la perspectiva de la posmemoria, estos eventos traumáticos tan lejanos, vistos después de casi medio milenio (448 años exactamente)?”. Estos fenómenos atestiguan que, en el seno de las numerosas generaciones posteriores a las víctimas, se ha impreso una marca sensible, virtualizada o quizás potencializada, es decir, siempre lista a reactualizarse. A lo largo del artículo, Bertrand plantea que los momentos clave de transmisión de la memoria son actancializados, personificados, intensificados y dramatizados, ya que tienen un fundamento cognitivo y pasional. Para ahondar en esta problemática, considera cuatro ejes: el de memoria y funcionalización, el de los movimientos de la memoria, el de los mecanismos de activación y desactivación y, por último, el de las valencias del olvido. En el primero, el autor sugiere, a través de un caso (el de un sincretismo actancial), un método propiamente semiótico para conducirnos hacia los “centros de funcionalización” en su relación con la formación, la consolidación, el mantenimiento o la transformación de los colectivos gracias al juego cruzado entre memoria y olvido. En el segundo, explica cómo la memoria, por medio del discurso, deviene en presencia sensible. En el tercero, cuestiona los mecanismos de activación y desactivación de la memoria. Tal como existe una proxémica espacial, habría también una proxémica temporal: y una y otra dirigen, sobre una escala gradual y acumulativa, los efectos de los recuerdos, la intensidad de los afectos y su reactualización. Finalmente, en el cuarto eje Bertrand cuestiona el estatus del olvido, ya que este también es sometido a las leyes de la narratividad y de la clausura narrativa.

En “¡La catoptromancia de Mnemósine no es la péndola de Clío ! ¿es posible hablar de posmemoria como Historia ?”, Vidzu Morales define y distingue dos conceptos que tratan sobre hechos del pasado : uno es la Historia como disciplina y teoría, y el otro es la memoria, la cual deriva a su vez en la posmemoria. Mnemósine es la madre de las musas y la personificación de la memoria. Clío es una de las musas, cuyo campo de actividad y protección es la Historia. La péndola (o péñola, como también aparece en el texto) es una pluma de ave que se usa para escribir. La catoptromancia es un método de adivinación que consistía en el uso y reflejo de los espejos para obtener profecías. Así, en el primer apartado, “Crítica a la posmemoria como Historia”, el autor declara que el método de la memoria, que después liga con la posmemoria, no es la escritura de la Historia. Ciertamente, tanto la Historia como la memoria se manifiestan en lo escrito. Sin embargo, la memoria y la posmemoria pueden recurrir a otro tipo de formas discursivas como imágenes u obras escénicas, mientras que la Historia únicamente puede comprenderse, y de hecho se vuelve disciplina, gracias a la aparición y el uso de la escritura. Por otro lado, ¿qué razón existiría para establecer una analogía entre la catoptromancia y el método de la memoria ? El mencionado proceso de adivinación requería conjuntar dos aspectos : la visualización individual presente del adivinador y la transmisión de entidades no presenciales. Esta es la justificación para comparar la posmemoria con la catoptromancia : un segundo grupo de sujetos recupera entidades de un pasado difuso, existente en “reflejos” y “refracciones” no presenciales. A partir de este postulado, el autor se permite señalar los posibles huecos teóricos en los estudios de la posmemoria, observando que la tecnología de la memoria se confunde a veces con el hecho de objetivar, de manera racional, el acontecer histórico. Si bien considera que la posmemoria posee cualidades escriturales, su proceso la especifica y la diferencia de la Historia. El historiador, quien sería el segundo sujeto operador, trabaja sobre la rememoración del primer sujeto operatorio, que es quien vivió la experiencia y el acontecer. Observamos así que el historiador posee una manera de referenciar a la verdad muy diferente a la que caracteriza la posmemoria ; si no fuera así, todos seríamos historiadores, o bien la Historia se compondría únicamente de recuerdos, y no de la interpretación veraz de los objetos del pasado que permanecen en el presente. Este apartado finaliza explicando los tres órdenes de la memoria entre los que se mueve el historiador : el primero, moldeado por la vivencia cotidiana, el segundo, que remite al acontecer, y el tercero, compartido formalmente con un grupo o sector que enfoca un evento específico. Explorando estos tres órdenes, el historiador puede construir un marco referencial para su propio quehacer, ya que la memoria no es exclusiva de la Historia. El segundo apartado, “Posibilidad de conocer el pasado como proceso histórico”, cierra el artículo. Se considera ahí que, si bien la memoria es un basamento para el proceso historiográfico, no es su axis, ya que ella puede “delimitar o potenciar un posicionamiento”. La memoria, además, no puede remitir a algo que no pertenece a nuestra vida propia, lo cual confirma la diferencia entre posmemoria e Historia. Así, el autor concluye con lo que afirma desde el título : ¡La catoptromancia de Mnemósine no es la péndola de Clío !

Iván Darrault, en “De ratones y hombres : la herencia del trauma. Reflexiones bio-psico-semióticas”, aborda, en términos generales, el fenómeno de la posmemoria a través de la genética, o más bien, de la epigenética. El autor parte del hecho de que la recombinación genética, en el momento de crear una primera célula humana, produce una transformación en la traducción genética y sus expresiones, sin producir alteraciones a nivel proteínico (lo cual implicaría una trisomía, delecciones, mutaciones o genes heredados). La transformación se refiere pues, más bien, a una expresión genética. Como si existiera una memoria no sólo a nivel neuronal y psicológico sino también a nivel físico-químico ; como si la conformación de la memoria se construyera desde el momento en que los gametos se unen para formar un ser humano. Buscando esclarecer este punto, Darrault evoca un experimento de laboratorio que demostró que, en los ratones, el trauma se transmite al menos a la siguiente generación (en el experimento se consideraron tres generaciones). Los ratones fueron expuestos a un condicionamiento olfativo asociado a un estímulo repentino y doloroso ; en lo sucesivo, sus crías mostraron una importante sensibilidad a dicho condicionamiento. Los posteriores análisis demostraron que los efectos transgeneracionales se heredan a través de los gametos prenatales, tanto de la madre como del padre. Ahora bien, la herencia del trauma no afecta directamente al genoma sino a la dimensión epigenética, es decir a la manera en que los genes se expresan. Surgen entonces algunas preguntas : ¿el ADN puede trasmitir un recuerdo, específicamente el estrés traumático ?, ¿es esto posible en seres humanos ? Darrault sigue a Pembrey cuando subraya la importancia de adoptar un enfoque multigeneracional para explicar ciertas conductas y enfermedades. Asimismo, menciona las diversas posturas que existen al respecto, entre negación y aceptación, siendo las más ricas, tal vez, aquellas que buscan integrar los descubrimientos del modelo biológico y del sociopsicologico. Así, la combinación de medidas psiquiátricas y epigenéticas debería adoptarse con interés científico en torno a la salud mental de las mujeres y niños que habitan en poblaciones vulnerables. A partir del caso clínico de una adolescente, Darrault produndiza en la problemática de la transmisión del trauma en el ser humano. La joven de descendencia camboyana presenta angustia asociada a la muerte, hecho “inexplicable” en ella pero presente en la experiencia y la memoria de la generación anterior de su familia. Darrault advierte que la mirada semiótica no puede ignorar el estatus narrativo de los elementos “posmemorizados”, los cuales, en el caso de la joven, fueron textualizados en un dibujo e in-corporados a través de los mecanismos no verbales de sus padres. Estos últimos seguramente expresaban el horror visto, oído y percibido por los sentidos, a través de lo que podría considerarse como la memoria del cuerpo. Darrault observa que el relativo paralelismo entre los estudios epigenéticos y los estudios sobre posmemoria –sobre todo discursivos– aparece entonces como un tema abierto, por dos motivos: por un lado, porque se carece de un análisis de los datos epigenéticos de la adolescente citada y de su madre, y, por el otro, porque los ratones sobre los cuales se ha experimentado están desprovistos de un espacio psíquico y son, en cierta forma, sólo cuerpo.

En “Los secretos patógenos en las familias y más allá…”, Serge Tisseron aborda los llamados “secretos de familia” desde la perspectiva del psicoanálisis, considerando las diversas renovaciones que esta disciplina ha sufrido. Para el autor, estos secretos no yacen en el inconsciente sino en el preconsciente. Quien oculta algo, expresa verbalmente que no lo hace, pero sus gestos o actos indican lo contrario. En el caso de los padres, semejante contradicción tiene en los hijos efectos psíquicos particulares. En efecto, el infante presenta síntomas de aquello que se le oculta. Tisseron propone entonces introducir algunas renovaciones teóricas más. Primero, considerar no sólo el mecanismo de represión sino también el de clivaje ; mientras que este último “encapsula” los problemas, aquel actúa, en los secretos de familia, de una manera diferente a la usual. Segundo, suponer que existen tres formas complementarias de simbolización : la sensorio-afectivo-motora –los códigos gestuales y corporales ligados a emociones–, la producida por imágenes –mentales o inscritas en un soporte material–, y la verbal. Estas formas de simbolización interponen distintos grados de distancia –el grado máximo siendo el de la simbolización verbal. Si cualquier evento traumático puede ser simbolizado por una de ellas o por las tres, el secreto surge cuando se limita exclusivamente a la primera, de modo que la simbolización no es suficiente. Tercero, Tisseron sugiere integrar al estudio del trauma la realidad social y las relaciones interubjetivas, dado que son éstas las que dan un “marco” al evento, permitiendo su valoración. Ahora bien, ¿por qué se produce el silencio del secreto ? El autor considera dos posibilidades : porque “no se quiere” decir, o bien porque “no se puede” decir. El segundo es más dramático por la carga afectiva que implica, y que impone ese “no poder”. Hacia el final del artículo, Tisseron propone tres conceptos para entender mejor los secretos de familia : el “Secreto” mismo –que, como vimos, está clivado o encapsulado y por ello conserva su carga afectiva–, los “rezumos” –manifesaciones del clivaje contradictorias entre sí o respecto a las demás conductas cotidianas– y los “rebotes” –la percepción, la incomprensión y el padecimiento, en los hijos por ejemplo, de esos rezumos. Estos factores propios a los secretos de familia deben ser considerados en el campo terapéutico e incluso, más allá, en el aparato legislativo.

Hemos presentado hasta aquí el conjunto de textos dedicados a la conceptualización de la posmemoria y al análisis de casos. Tanto el volumen I como el II de “Semiótica y posmemoria” cierran con el apartado titulado Horizontes, donde encontramos dos singulares textos escritos desde diferentes dominios –el psicoanálisis y la filosofía–, que desarrollan reflexiones basadas en vivencias personales, adoptando un tono afectivo y literario. Nos referimos a “Eliminar en espacio, eliminar la vida” de Janine Altounian (I) y “Carta sobre la (pos)memoria” de Jean Luc Nancy (II). Estos textos, de alguna manera opuestos, abordan el problema de la cercanía o de la lejanía respecto a la posmemoria. A fin de cuentas, gracias a ellos entendemos que el formar parte o no de una memoria heredada, de un evento dramático, no impide estudiar con agudeza, lucidez y profundidad el fenómeno. Si la primera contribución se centra en la relación entre la posmemoria y el espacio, la segunda aborda su relación con el tiempo. Pero ambas coinciden en la importancia de anclar la reflexión en nuestro presente.