La sabiduría de los ancianos indígenas amazónicos y el comando matico frente al COVID19 The wisdom of the amazon indigenous elders and the matico command in the face of COVID19

José Carlos Vilcapoma 

https://doi.org/10.25965/trahs.4015

En el Perú la diversidad cultural, conceptuada como riqueza, se puso en tela de juicio con esta pandemia. Nos hincó de rodillas y hubo imposibilidad de llegar a los confines donde estaban los pueblos indígenas amazónicos.
Desde antropólogos hasta altos funcionarios de sanidad, en un principio, no supieron cómo enfrentar esta nueva situación. Dos eran los obstáculos: la lejanía de los pueblos indígenas y su diversa cosmovisión (actitud sobre la vida y la muerte). Si no se sabía cómo enfrentar el mal, menos se sabía llegar a los pueblos indígenas, y enfrentar la diversidad comportamental.
La muerte golpeó a estos pueblos; mientras los funcionarios acomodaban sus discursos y organizaban brigadas para ir a estos pueblos, surgió por iniciativa de los propios indígenas, en Yarinacocha, en la provincia de Coronel Portillo, pueblo de Shipibos y Conibos, el “Comando Matico”. La sabiduría de los ancianos tomaba forma de brigada de emergencia, itinerante, de fácil movilidad y reivindicaba las bondades de una planta: el matico.
Durante la primera ola de la pandemia, este Comando se constituyó como grupos de especialistas, atendiendo a más de mil personas. Lo importante del proceso es que no se radicalizaron solo con la medicina tradicional, sino que la combinaron con farmacopea clínica.
El presente artículo trata del proceso en que se constituyó dicho Comando, el papel de los adultos mayores y la sabiduría ancestral de aquellos, para la atención de los pacientes. Finalmente, la apreciación que la población, la academia y el Estado tienen sobre esta sui géneris experiencia. El Centro Nacional de Salud Intercultural del Ministerio de Salud de Perú, ha prestado la atención para analizar los componentes de la planta, así como el método de tratamiento de los males Covid 19 en los pueblos indígenas de la Amazonia.

In Peru, cultural diversity, conceptualized as wealth, was put into question with this pandemic. It brought us to our knees and it was impossible to reach the confines of the Amazonian indigenous peoples.
From anthropologists to senior health officials, at first, they did not know how to face this new situation. There were two obstacules: the remoteness of the indigenous peoples and their diverse worldview (attitude towards life and death). If you did not know how to confront evil, you did not know how to reach indigenous peoples, and confront behavioral diversity.
Death struck these towns: while the officials arranged their speeches and organized brigades to go to these towns, the “Comando Matico” arose at the iniciative of the indigenous people themselves, in Yarinacocha, in the province of Coronel Portillo, town of Shipibos and Conibos. The wisdom of the elderly took the form of an emergency brigade, itinerant, easily mobile and claimed the benefits of a plant: the matico.
During the first wave of the pandemic, this Command that was constituted as groups of specialits who have served more than a thousand people. The important thing about the process is that they were not radicalized only with traditional medicine, but combined with clinical pharmacopea.
This presentation deals with the process in which this Command was established, the role of the elderly and their ancestral wisdom, for the care of patients. Finally, the appreciation that the population, the academy and the State have about this sui generis experience. The National Center for Intercultural Health of the Ministry of Health of Peru, has paid attention to analyze the components of the plant, as well as the method of treatment of Covid 19 ills in the indigenous peoples of the Amazon.

Sommaire
Texte intégral

El Comando Matico se creó porque amamos mucho a nuestra familia, a nuestro pueblo, y nace del espíritu de nuestros antepasados, y los principios, tales como reciprocidad, solidaridad y la complementariedad. Esa es la misión del Comando Matico. Recuperamos los conocimientos ancestrales”. Jorge Soria, Líder del Comando Matico Pucallpa, 2021

Introducción

En el Perú la diversidad cultural, conceptuada como riqueza, se puso en tela de juicio con esta pandemia. Nos hincó de rodillas y hubo imposibilidad de llegar a los confines donde estaban los pueblos indígenas amazónicos.

Desde antropólogos hasta altos funcionarios de sanidad, en un principio, no supieron cómo enfrentar esta nueva situación. Dos eran los obstáculos: la lejanía de los pueblos indígenas y su diversa cosmovisión (actitud sobre la vida y la muerte). Si no se sabía cómo enfrentar el mal, menos se sabía llegar a los pueblos indígenas, y enfrentar la diversidad comportamental.

La muerte golpeó a estos pueblos: mientras los funcionarios acomodaban sus discursos y organizaban brigadas para ir a estos pueblos, surgió por iniciativa de los propios indígenas, en Yarinacocha, en la provincia de Coronel Portillo, pueblo de Shipibos y Conibos, el “Comando Matico”. La sabiduría de los ancianos tomaba forma de brigada de emergencia, itinerante, de fácil movilidad y reivindicaba las bondades de una planta: el matico.

Durante la primera ola de la pandemia, este Comando se constituyó como grupos de especialistas que han atendido a más de mil personas. Lo importante del proceso es que no se radicalizaron solo con la medicina tradicional, sino que combinaron con farmacopea clínica.

Este artículo, trata del proceso en que se constituyó dicho Comando, el papel de los adultos mayores y la sabiduría ancestral de aquellos, para la atención de los pacientes. Finalmente, la apreciación que la población, la academia y el Estado tienen sobre esta sui géneris experiencia. El Centro Nacional de Salud Intercultural del Ministerio de Salud de Perú, ha prestado la atención para analizar los componentes de la planta, así como el método de tratamiento de los males Covid 19 en los pueblos indígenas de la Amazonia.

El mundo entero se puso de rodillas ante este virus que a sus inicios costó creer que se convertiría en pandemia. Si bien fue Wuhan el centro de la epidemia, como en otras ocasiones, no se le hizo caso a este mal que hoy, a fines de agosto de 2021, ha causado más de cuatro millones y medio de muertos, con un promedio de 14,800 fallecidos diarios en el mundo (El Comercio, 2021).

Las respuestas a las epidemias, de parte de los gobiernos, fueron decisiones políticas, más que respuestas a las enfermedades. Nadie escapa a esta regla, lo dice la antropóloga Melissa Leach, de la Universidad de Sussex (Shawn, 2020). Así lo comprobó en su experiencia etnográfica en África Occidental, a propósito del ébola. Sostiene que los políticos evocan o pueden aprovecharse de objetivos o ansiedades vinculados a relaciones político-económicas. Las respuestas de las poblaciones también pueden tener estos matices, cuando se interpreta al coronavirus como fabricación de potencias extranjeras que quieren copar las comunicaciones del mundo, aislándolas primero con la guerra bacteriológica, y así obtener el dominio del mundo por la tecnología.

Esos temores y miedos reflejan historias vividas y recuerdos de desigualdad. El manejo político gubernamental ha estado marcado por estas paradojas. Por un lado, el cierre total de sus poblaciones en las denominadas cuarentenas en medio de fuertes críticas y procesos judiciales entre grupos de poder que vencían el confinamiento, mientras otros mandatarios de América Latina, como Andrés Manuel López Obrador de México o Jair Bolsonaro de Brasil, quien anunció que dio positivo al covid19 (ABC, 2020), incrédulos y hasta provocadores con su misma población, no repararon en dar desafiantes muestras de obcecada terquedad; sin contar el patético caso Donald Trump del poderoso imperio norteamericano que, en política obtusa, bajo pretexto de la importancia a la reactivación económica, impulsaba la salida a las calles, y sin mascarillas, con masivas muertes, que hoy ocupan el triste lugar de ser los primeros en el mundo. Precisamente, entonces, quienes no le dieron importancia hoy lloran más a sus muertos.

El Perú tomó en su momento una tan pronta como aplaudida decisión al declarar el cierre de sus aeropuertos y prescribir a su población, como remedio, rígida cuarentena seguida de toque de queda nocturno. Sin embargo, retrocedió ante tempranas críticas que más fueron pretextos para atacar la gestión gubernamental de quien venía de haber lidiado con sectores internos (al cerrar el Congreso o denunciar actos de corrupción) bajo el temor de ser tildado de dictador y vertical, flexibilizando las medidas.

La cuarentena, en su primer momento, acatada militantemente por una población sorprendida y asustada, encontraba eco, en las voces de sus poblaciones que rígidamente, a las ocho de la noche, en balcones, ventanas y espacios abiertos hacia sus calles, cantaban himnos de identidad peruana, ondeaban banderas y vivaban a la solidaridad a voz en cuello, y en otros momentos se manifestaba con cánticos religiosos y oraciones con lágrimas.

Por su parte, algunos analistas y pocos académicos sostenían que la pandemia marcaba un antes y un después. Sentenciosamente, el presente fenómeno de salubridad era señalado como el momento en que empezaba realmente el siglo XXI (Rosas, 2020). Aunque estaba lejos de ser verdad, parecía que nunca antes se había vivido este fenómeno.

Note de bas de page 1 :

Para este economista, la correcta denominación debiera ser la de autogestionarios.

Las medidas rápidamente hicieron agua … El Gobierno no había previsto el efecto de que 70% de la población total del país fuera informal y diverso, entendido como aquel sector oculto a los ojos de la administración del Estado, sobre todo si de tributos hablamos, aunque para algunos economistas, como el anterior ministro de economía, Waldo Mendoza, son más bien, autogestionarios.1 Tampoco notaba la composición social de una Lima de aparentemente único rostro; la total pobreza de familias que cubrían su condición exhibiendo un buen celular a costa de otros aparatos domésticos, como refrigeradoras; la corrupción endémica en casi todos los niveles estamentales saltando en un pie al ritmo de entuertos en compras y servicios por doquier; los Andes y la Amazonia como la tierra de salvación, en éxodos impensados en una aparente sociedad de bonanza que ya era envidia de otros gobernantes de América. Se había apostado por un discurso en un primer momento alentador, pero a medida que el Gobierno se desnudaba ante la pandemia y surgían rostros de corrupción, sobrevaluaciones, adulteraciones, perdía crédito la palabra, ganada por los hechos.

La pandemia del Prehispánico

Note de bas de page 2 :

No sabemos en qué termine esta pandemia. Recientes descubrimientos contradicen los pronósticos de la OMS, como que el pronunciamiento de 290 científicos que exigen a este organismo internacional de salud a considerar que el contagio se hace también por los aires. Los rebrotes de países que habían sostenido controlar el mal, entre otras sorpresas.

Primeramente, el COVID 19 no es la peor de las pandemias que la humanidad ha atravesado, o es lo que por lo menos, hasta hoy vemos.2 Han existido muchas en la historia, peores si de muertes se trata. Diversas enfermedades han diezmado poblaciones enteras en poco tiempo, meses o días. En casi todas ellas está documentado que siempre se busca un chivo expiatorio, asumiendo ser efecto de alguna actividad adversa de gobernantes como poblaciones enteras, complotando contra nosotros. Se busca alguien, sea individuo o grupo humano; un lugar, desde montañas o astros, a quien echarle la culpa.

La humanidad la vivió. Tucídedes, el historiador griego de la Historia de la Guerra del Peloponeso, da cuenta de la primera plaga documentada, producto de un virus desconocido que golpeó a Atenas en el 430 a.C., en el siglo de Pericles (Tucídedes, 2013). Otro “gran mal” fue la denominada Plaga Antonina (a 165 a 180 d.C.), viruela llegada por primera vez (a una Europa sin defensa biológica aún) desde el corazón del Asia. Seleucia, ciudad que más tarde sería parte de Irak, en el alto Tigris, fue considerada la culpable de la aparición de la plaga (Roberts, 2007; Sáez 2016).

Note de bas de page 3 :

Denominación en Perú, para referirse a una altitud de 500 a 1200 msnm.

En el año 541 d.C., el imperio bizantino o romano de Oriente fue golpeado por otra terrible epidemia de peste, una de las más grandes de la historia, primera expresión de la por siglos temida peste (que en la Edad Media europea llegó a llamarse negra, justificadamente por presentar como efecto secundario el fatal ennegrecimiento de los miembros por necrosia y, en consecuencia, la gangrena), que desgraciadamente se ha naturalizado en nuestros climas cálidos de la chaupiyunga3 y contra ella tampoco hay vacuna.

De otro lado, apareció la peste negra en China (en 1334) antes que en Italia (1348), origen de la mayor grande y cruenta muerte en el siglo XIV, que estremeció Europa y Asia. En Occidente superó las huellas de las anteriores amenazas y acabó con cerca de 150 millones de habitantes, el 60 % de la población de entonces, con manifestaciones infecciosas: bubas en axilas e inglés (incluso los ojos, por inflamación extrema de ganglios), la misma sangre aparecía corrupta en la gangrena y la gripe inicial deriva7ba en poco tiempo a neumonía. Sin recordar lo ocurrido con la histeria colectiva de lo ocurrido en Madrid en 1834, cuando con el calor del tórrido verano recrudeció el cólera causando más de tres mil muertes solo en la capital española. El 17 de julio la muy católica, pero anticlerical plebe de Lavapiés asaltó y quemó los conventos de Madrid (murieron 75 frailes y monjas de diversas órdenes: jesuitas, franciscanos y mercedarios) a quienes se atribuía representar al carlismo absolutista. “Mujerzuelas y mendigos”, paniaguados de los clérigos, habrían envenenado las fuentes de agua y esparcido “unos polvos amarillentos” por órdenes de los religiosos.

Empero el Perú, desde la antigüedad sabe de las pandemias. Una de aquellas que marcó el inconsciente colectivo es la ocurrida allá por el contacto del siglo XVI, cuando el gran emperador Huayna Cápac, enfermó entre erupciones cutáneas que desfiguraban su rostro, así como el de su hijo menor, Ninan Coyuchi, lo que hizo suponer que era sarampión o viruela, peste registrada en las crónicas.

Se propagó muy rápidamente. Venía desde las Antillas y Panamá, antes del Pacífico Sur, el mar descubierto por Blasco Nuez de Vela. Antes que Pizarro pusiera un pie sobre Cajamarca, ya había causado estragos y miles de muertes. Galopaba al lado de la cruz y la espada.

Así se daba cumplimiento los presagios del gobernante, quien, antes de caer enfermo, tal como indican las crónicas del XVI tenía sueños en los que se veía rodeado por “un millón de millones de hombres”, que lo hostilizaban antes que honrarlo. Cuando estuvo despierto, el oráculo de Pachacamac, que era su favorito, le dijo que era el presagio de una plaga que diezmaría su población. Así fue, según cálculos aproximados, sucumbieron por dicha causa cerca de cinco millones de habitantes.

Siglos más adelante, precisamente en el XX, la gripe mal denominada española asoló y castigó duramente a la población peruana. Sufrieron más las zonas andinas que no tenían acceso a la salubridad; entonces el Perú oficial, era el único visible. Las muertes sin cifras son el mejor resultado de estos desencuentros.

Pandemia a la peruana en la amazonia

EL COVID 19, obligó a una rígida cuarentena, sin distinguir condición social alguna. Puso en un mismo saco en rígida decisión a la población, y para añadidura con toque de queda incluido. El sentido final de la muerte, que despierta solidaridades, se evaporó no bien terminaron las oraciones cuando las familias modestas no podían soportar más allá de los días en que necesitaban del mercado, ahora cerrado y sometido a reformas que resultaron muy prolongadas. Más de la mitad de la población no tiene refrigeradores. Bien decía José Matos Mar que un índice de pobreza era la propiedad de artefactos (Matos, 2012). Y la refrigeradora más aún, como símbolo utilitario de poseer suficiente reserva de alimentos.

Ante la crítica respecto al toque de queda, se dieron medidas que relativizaron el confinamiento. Por una parte, se dijo que no sería un estado de sitio interno (“toque de queda”) como fue en el pasado y, por la otra, se ordenaba restrictivamente no salir a la calle bajo pena de detención. En las conferencias de prensa se buscaba el chivo expiatorio entre la población que no cumplía tales órdenes.

Los pobres eran tildados como faltos de responsabilidad y de cultura. En medios de comunicación masivos y en redes se acuñaba el término de “irresponsables”, “incultos”, “peruanos tenían que ser”. La Defensoría del Pueblo, emitió un Informe el 9 de mayo, señalando que dichas colas eran “focos de contagio” (Defensoría del Pueblo, 2020). En el mismo pronunciamiento se señalaba que poblaciones como Piura, Ica, Chincha y distritos de Lima Metropolitana, que acuden a cobrar el bono Yo me Quedo en Casa no respetaban el distanciamiento entre personas e instaba a cuidarse de tramitadores que estafaban a los beneficiarios.

Las cifras de la pobreza en el país pueden ser mayores, considerando que el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) solo estima como pobres a los que gastan menos de s/ 344 soles mensuales en sus necesidades básicas, muy cerca de la canasta básica familiar, que está calculada en S/. 286,73 (INEI,2020). Nadie, definiendo familia nuclear como el básico conjunto de papá, mamá e hijos solteros, vive con esa suma económica.

Éxodo y el mito del eterno retorno

Migración circulante” fue el término acuñado por Julian Laite, un antropólogo norteamericano que en la década de los ‘80 estudió la entonces denominada migración campesina hacia los centros urbanos y mineros. Sostenía que la migración a aquellas urbes no era definitiva, sino temporal y que por razones de búsqueda de “despensa” regresaban a sus lugares de origen, para luego retornar haciendo un círculo interminable (Laite, 1981). El tiempo se encargó de añadirle que el factor cultural también era un motivo en aquel retorno temporal.

Asimismo, el concepto de la renta ceremonial, desarrollado por George Foster en base a los estudios de Robert Redfield, quien sostenía que debía estudiarse al campesinado más allá de los pueblos primitivos, más bien como “sociedades folk”, complejas, con relaciones con sociedades mayores (Reyes, 2004), y les dio mayor importancia en las decisiones de sobrevivencia a los factores culturales como motivos de cohesión y de atracción. Sin embargo, fue Eric Wolf, el de los Rebeldes primitivos, quien con mayor precisión estudió tales factores, pues su análisis considera que el campesinado sostenía simultáneamente tres fondos de producción: primero, el de renta (en relación con la comunidad); segundo, de reemplazo (cuando hay que trabajar cosas distintas como la erección de la vivienda), y, tercero, el ceremonial, parte de la producción dedicada a cubrir distintas responsabilidades colectivas, como la celebración de ritos propiciatorios de solidaridad, es decir, fiestas, las cuales explican “el rico calendario festivo andino y mesoamericano” (Marzal, 1966).

La presencia andina en Lima es considerable. Atrás hemos dejado la imagen idílica de Luis E. Valcárcel en Tempestad en los Andes (1927) con aquel entusiasta prólogo de José Carlos Mariátegui, en que se señala en que cuando el campesinado encuentre a su Lenin marchará sobre Lima para cambiar su situación. Él, 44 años después, escribe:

No se había producido la ‘Tempestad en los Andes’ que yo vaticinaba. Si la tempestad no se produjo con rayos ni truenos, en cambio en estos veinte años un incontenible aluvión humano cayó sobre Lima y otras ciudades. Más de un millón de personas tomaron la “capital”, como un ejército invasor, sin armas. Ahora la ‘tempestad’ anda por dentro (Valcárcel, 1972).

Desde allí ha habido muchas oleadas, las primeras en la década del ‘60, una migración por el régimen de tenencia de la tierra y la educación como factor; luego vendría la compulsiva de los ochenta por la violencia política, que permitió la marcha de ingentes cantidades de pueblos íntegros sobre Lima, no solo cargando esperanzas sino sus cruces e imágenes religiosas para conquistar cerros y arenales en los que se reproducen formas de convivencia tradicionales al lado de las modernas.

El censo de 2017 es infalible: Lima alberga el 32% de la población total del país, con 9485 405 pobladores, de los cuales 2523 201 son migrantes, mientras el Callao tiene 257 201, haciendo un total de 2780 402 migrantes. Entre éstos, el primer lugar lo ocupan los cajamarquinos, luego vienen los puneños, ancashinos, piuranos, huancavelicanos, ayacuchanos, juninenses, huanuqueños y cuzqueños, respectivamente, en ese orden (INEI,2018). Esto quiere decir que Lima tiene vena rural andina considerable. Si esta realidad la contrastamos con la autopercepción étnica, tenemos que, de una población mayor de 12 años de edad censada (7782 282 habitantes) 1273 406 se autoperciben como quechuas, haciendo un porcentaje del 16,4% mientras que de ese total se reconocen como mestizos 7782 282 neolimeños, forma implícita de aludir a la raíz andina, aunque bajo el paraguas del matiz blanco, hay.

Cuando se produjo el éxodo a sus lugares de origen no se pudo calcular la cantidad de migrantes de retorno. Imposible hacer cifras dada (en muchas circunstancias) la clandestinidad del movimiento. El argumento de quienes se aventuraron a recorrer cientos de kilómetros era la extrema pobreza y el desamparo gubernamental. Sin embargo, hemos podido percibir que, si bien la situación económica era su causa fundamental, hubo motivaciones profundas culturalmente. Una natural búsqueda de arraigo, del origen, de la tierra y solidaridad de los suyos ante la amenaza de la muerte.

Para la población andina y amazónica, la cual en esta aproximación descriptiva puede ser considerada in toto, morir no es un acto individual, sino colectivo. Desde la noción de la muerte planteada por Robert Hertz, en su clásico libro La muerte y la mano derecha, o la casuística contenida en Cultura primitiva de Edward Tylor, la muerte en sociedades tradicionales es comunitaria y tiene contenido mayor que el fisiológico.

Cuando se trata de la muerte de un ser humano los fenómenos fisiológicos no lo son todo, pues al acontecimiento humano se sobreañade un conjunto complejo de creencias, emociones y actos que le dan un carácter propio (…). En definitiva, la muerte tiene para la conciencia social una significación determinada, y constituye un objeto y representación colectiva (Hertz, 1990:38).

De allí que ante la amenaza de la muerte marcharon sin importarles nada, sino la solidaridad. Amén de la probable noción idílica que se tiene del campo, del pueblo, de lo rural como lo sano, lo puro, la salvación. El eterno retorno a lo fundante, al origen. La búsqueda era llevada a cabo en el tiempo sagrado que da sentido a la vida, más aún en una situación límite. La búsqueda del Illo tempore de Mircea Eliade. La construcción periódica del pasado es un principio absoluto, tiende a restaurar el instante inicial, la plenitud de un presente funcional (Eliade, 2001). La vida del hombre tradicional está integrada por mitos y rituales que constantemente lo unen con el tiempo sagrado, lo que le da valor a su existencia.

Esta marcha estaba también alentada por redes que (verdad o mentira) idealizaban las alturas, los Andes, por un lado y, por el otro, el amazónico. Incluso se habló de estudios que demostrarían la supuesta resistencia de los pobladores de altura al COVID 19. Se decía que expertos señalaban que los pueblos de altura en Bolivia y Perú tenían la menor tasa. Declaraba Augusto Tarazona, del Instituto Nacional de Salud de Perú: “Hemos registrado los casos que existen en ciudades (andinas peruanas) como Cuzco, Huaraz, Cajamarca, Cerro de Pasco, Abancay y Huancavelica, en los que existen menos casos”. Sin embargo, como si el mundo estuviera lleno de paradojas, poco tiempo después nos enteramos del dolor del pueblo boliviano que no sabía cómo enterrar a sus muertos, producto de una oleada insospechada.

A esto se suma –si nos reclaman pragmatismo– que, de los 9485 405 pobladores censados en Lima, solo 206 943 tienen uno o más seguros de salud (El Comercio Bogotá, 2020). Es decir, solo 2,2% de la población total de Lima tiene seguro de salud, mientras que el Sistema Integrado de Salud (SIS), acoge a 2734 752, lo que nada garantiza para una situación crítica como la que genera este virus. Motivos más que suficientes para comprender el porqué del “escape” de Lima hacia sus provincias.

El Comando Matico

El Perú tiene diverso rostro. La Amazonia, el pulmón del mundo, tiene el propio. Más de 50 grupos étnicos, producto de la existencia de 14 familias lingüísticas. Allí estuvo el Dorado, en el imaginario, desde el siglo XVI. Pueblo perdido lleno de oro, que era parte de la meta y obsesión medieval, al igual que otras fábulas similares como el Paititi o el País de la Canela. De allí que, Fray Gaspar de Carbajal y Francisco de Orellana, bajo el mando de Gonzalo Pizarro, en 1542, se adentraron en su espesura y descubrieron el inmenso río, a cuya ribera había pueblos nativos que a los ojos de los conquistadores eran las amazonas de los mitos griegos; según relata el primero, diestras en el manejo del arco y la flecha, que como consecuencia habían perdido el seno derecho. De allí el nombre de nuestro inmenso río: Amazonas.

Note de bas de page 4 :

Las comunidades nativas amazónicas sufrieron la política de explotación del caucho con un régimen esclavista entre los años de 1879 a 1912.

En este territorio mítico estaban los hijos del mundo amazónico. Atrás había quedado La fiebre del caucho, con látigo y malaria.4 Solo quedaba el recuerdo de la explotación del caucho que despertó intereses gubernamentales como los de Brasil y Bolivia, manifiestos en la escaramuza internacional de la “guerra del Acre”.

Son de ingrata recordación los hermanos Julio César y Lizardo Arana, empresarios que expoliaron a boras, aguarunas y witotos, de la cuenca del Putumayo. El látigo sobre las espaldas indígenas estaba acompañado de enfermedades mortales como la malaria y la fiebre amarilla. Estas atrocidades se mantuvieron en el silencio, en tanto siempre nuestra Amazonia era invisibilizada.

Hoy, en plena pandemia, era un área geográfico cultural poblada por pueblos indígenas, tan escasamente conocidos como menospreciados. Había 14 familias lingüísticas y más de 50 grupos étnicos. Era a la vez el reservorio de la biodiversidad, el “pulmón del mundo”, expresión de la “pluralidad cultural”. Pero de poco sirvió tal registro, pues como política inclusiva o de respeto de sus derechos individuales y colectivos, poco o nada se hacía desde los estados. La Academia tenía dificultades para estudiarlos, sea por sus limitaciones teóricas, proclives a las ideologías dominantes, o por las metodológicas.

Cuando se supo que debajo de este gran territorio había riqueza hidrocarburífera, se adentraron en él las empresas, al viejo estilo de Gonzalo Pizarro, Orellana, Fitzcarrald o Arana. Una política gubernamental alentó las concesiones y se lotizó la Amazonia. Un nuevo mapa de actores surgía en las oficinas gubernamentales de PerúPetro. Entonces no importó la voz de los nativos, Poco interesaban los indios, los eran más importantes las empresas y sus trabajadores.

Nuestros indígenas amazónicos se enfrentaron al mortífero virus del coronavirus como pudieron. El primer caso comprobado fue el de un joven yanoama, del vecino grupo étnico emblemático brasilero, seguido de dos casos positivos de cocamas de la misma zona y la muerte de una joven indígena borari en Pará, tal como informó la gubernamental Fundación Nacional del Indio (FUNAI). De otro lado, el 25 de marzo de 2020, el Ministerio de Salud de Colombia confirmó los dos primeros casos entre sus poblaciones nativas de la etnia caribeña Yupka, al norte de Santander, en Cúcuta.

En el lado peruano, Aurelio Chino, reconocido líder de los quechuas del Pastaza, en Loreto, dio positivo al COVID 19, tras haber regresado de Holanda, a donde acudió a denunciar las acciones de contaminación de una petrolera en sus territorios. Luego vendrían las lamentables muertes de dos shipibos de Puerto Bethel, provincia de Coronel Portillo, en la región Ucayali. Los asháninkas de Río Negro denunciaron otros casos reclamando exámenes que no llegaban. Otras organizaciones indígenas de las cuencas amazónicas anunciaron aquel inminente peligro. La Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), entre ellas, lanzó un SOS que no fue escuchado. afirmando que hay casos comprobados en Iquitos. Los dirigentes indígenas se pronunciaron, teniendo como respuesta el silencio de las autoridades. La epidemia había calado en suelo virgen.

Note de bas de page 5 :

Ser mítico entre los Asháninkas, especie de custodio de los árboles.

Note de bas de page 6 :

Personaje que tiene el pie desigual y por tal condición “engaña” a quien se adentra en la espesura del bosque

Note de bas de page 7 :

Nombre del Chullachaqui, en la zona de Belén do Pará, en el Brasil.

Las comunidades nativas no entienden de mascarillas, ni cuarentenas, ni distanciamiento social. Nunca han vivido esta escalada global; si por siglos estuvieron en el abandono, ahora lo estaba más que nunca, por el temor al contagio. Ellos motu proprio, por sentido de conservación natural, danzan y cantan para vencer el mal cerrando sus malocas y sus fronteras; fronteras sin hitos ni demarcación, solo referenciadas por sus ríos. Hablan con el Amimiro,5 con el Chullachaqui,6 con el Curupira,7 pero eso no basta. Reclaman atención urgente por parte del Estado, invocan el Convenio 169, hablan de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, repiten la Declaración Universal de Pueblos Indígenas, pero nada. No les alcanza el bono de los 380 soles, tampoco el de 760 soles, que es para los rurales.

Para los funcionarios ellos no son rurales, sino amazónicos, como si tal dicotomía funcionara. No se sabe cuántos ni como están distribuidos. Unas cifras gubernamentales dicen que son 1500 comunidades nativas y otras dicen que son 2000. Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) no culminó el registro de sus identificaciones al interior de ellas. Muchos son inexistentes a los ojos de la legalidad. Mientras eso ocurre y los madereros ilegales, narcotraficantes y contrabandistas, siguen circulando, tal como lo ha denunciado la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), nuestras autoridades guardan silencio absoluto, para no demostrar desconocimiento o falta de compromiso con tan compleja realidad.

La Universidad de Missouri de los Estados Unidos sostiene que las enfermedades infecciosas en pueblos indígenas, no expuestos a patógenos comunes, los convierte en altamente vulnerables. Desde la Facultad de Medicina de la Universidad Federal de Sao Paulo se habla de la posibilidad del exterminio de los pueblos indígenas. En ellos no cuenta la sintomatología por edades. Según nuestra Universidad Peruana Cayetano Heredia la mortalidad en estas poblaciones puede ser 4 o 5 veces más que en el resto de la población.

Dicho esto, el panorama se presenta extremadamente grave para nuestros contemporáneos primitivos, nuestros compatriotas, tan peruanos como nosotros. Las consecuencias que se avecinan muestran un alto índice de mortalidad y una devastadora descomposición social. Si lo permitimos, seremos parte del etnocidio, delito de lesa Humanidad.

EL COMANDO MATICO (Más aclaraciones)

Al inicio solo se pensó en la capital, en la metrópoli. Nadie pensó en la Amazonía. El mismo ministerio, cuyo viceministerio de interculturalidad es la encargada de la política de inclusión y atención a las poblaciones nativas, tomó el tema con la seriedad. Sin embargo, si bien no pudo asumir tal situación, optó por analizar desde otra perspectiva: la incineración de los cadáveres.

La distribución poblacional hizo que no se pudiera llegar a estas zonas, que desde siempre habían estado invisibilizadas. Un lunar o muestra de aquella situación lo tenían los Shipibos, grupo étnico de la familia Pano, en Cantagallo. Un asentamiento de más de dos décadas en la que habitan espacios los migrantes shipibo konibo, de la región amazónica de Ucayali en la capital. Son artesanos que viven de su arte en situaciones límite. Cuando llegó la pandemia, los cogió por sorpresa y sin auxilio.

Note de bas de page 8 :

Liana alucinógena entre algunas comunidades amazónicas. Nombre científico: Banisteriopsis caapi.

Fallecieron algunos líderes en prácticas más chamánicas que preventivas. Se pensó que con la ayahuasca8 podía vencerse este misterioso mal. Cuando se supo de esta lamentable realidad, la noticia llego a Pucallpa, en la Amazonía, del que son oriundos. Un reconocido artista plástico, Shimpukat Soria, más conocido como Shimpu, por razón de su arte, al conocer que en Cantagallo estaban sufriendo los embates en medio de la incertidumbre y el abandono, acudió a preguntar a los mayores, como se les dice a los ancianos. Se echó mano al recuerdo del uso del matico, una planta antiséptica, antitusígeno.

Era el Piper, de la familia Asteráceas, la salvadora, verdad o mito. Esta, crece de forma silvestre en varios lugares del Perú, mejor aún en territorio de los shipibos-conibos de selva alta, entre los 1500 msnm a 500 m. Este arbusto de cerca de 5 mts. de altura tenía entre sus hojas y tallos, el paliativo a los males.

Él y otros jóvenes shipibo de Pucallpa recolectaron hojas de un arbusto conocido como matico, usado desde antaño por su pueblo para tratar heridas y reducir inflamaciones. Enviaron un cargamento hasta Cantagallo, el cual para ese entonces estaba en confinamiento, pues los contagios se habían extendido. Según propia confesión: “Era una forma de salvación, de sanación”.

Mientras que en el mundo amazónico, para fines del año 2020, se habían reportado cerca de cien mil casos entre los pueblos indígenas de las regiones amazónicas, de los nueve países que comparten la cuenca, y más de 2100 habían muerto, según informes recopilados por la Iglesia Católica y la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), un grupo paraguas de organizaciones indígenas amazónicas, llamaba la atención de esta situación y en el Perú convocaban a las autoridades a tomar acciones inmediatas para no lamentar más muertes.

En el puerto de Nauta, sobre el río Marañón, a 100 kilómetros de Iquitos al final de la única carretera pavimentada de la región Loreto, Ilda Ahuanari murió el 10 de mayo a sus 78 años. Ahuanari, una mujer kukama, ayudó a revivir el interés por el idioma kukama en Nauta y pueblos vecinos, donde la generación siguiente a la suya había dejado de usarlo. Participaba con regularidad en un programa matutino en idioma kukama en Radio Ucamara de Nauta, y enseñaba su idioma a los niños a través de canciones, juegos y clases al aire libre en la Escuela Ikuari de la emisora radial.

Shimpukat al ver esta situación y haber logrado llegar a Cantagallo, del que ya tenía más noticias buscó combinar las prácticas tradicionales con la medicina occidental. Acudió a la Dirección de Salud de Pucallpa, para indagar sobre los alcances. No se les tomó en cuenta. Tuvo que pasar varios meses para que este reclamo tuviera efectos positivos.

El Comando Matico nació como una respuesta a la escasa atención de salud dirigida a los indígenas durante la pandemia. Fue una forma de enfrentar la escasez. Las medicinas esenciales, también escasas, se volvieron prohibitivas para los familiares cuyos ingresos se habían evaporado. Los pacientes morían por falta de oxígeno. Otros, negándose a ir al hospital, donde serían separados de sus familias y podrían morir de todos modos, morían en casa. Los indígenas se organizaron. En algunas comunidades, las familias abandonaron sus hogares y se adentraron en el bosque, construyeron refugios en los cuales esperaban remontar la pandemia con alimentos que cazaban, pescaban o cultivaban en pequeños huertos.

Debido a que muchos indígenas se mostraban reacios a ir al hospital, Shimpukat y los otros jóvenes que habían enviado hojas de matico a Cantagallo se organizaron. Se autodenominaron Comando Matico, como satirizando el Comando COVID-19, oficial. Comenzaron a promover remedios tradicionales, no sólo hojas de matico, sino también jengibre, cebolla, ajo y eucalipto, entre quienes luchaban contra la enfermedad en casa. Una parroquia católica les prestó un espacio para montar un refugio para pacientes que no querían ir al hospital, pero cuyas familias no podían cuidarlos en casa. Su tratamiento era el de la vaporización, cuando las yerbas debían inhalarse para buscar oxigenación. “Rompimos el protocolo”, dice Shimpukat. “Hemos tenido contacto con las personas. Hemos utilizado vaporización, masajes corporales, conversado con el paciente. Hemos sido psicólogos también, [para] dar ánimo.”

Al ver los resultados hoy cuentan con anuencia de la Dirección de Salud Regional de Pucallpa. Lo más saltante se han constituido en personería jurídica. A través de ello buscan el reconocimiento de las autoridades oficiales de salud.

Así atendieron las oleadas que ya son tres. En estos espacios se desarrolla una síntesis de la farmacopea local, de rescate de la sabiduría tradicional de los pueblos indígenas, el de los conocimientos de los viejos. Tienen intervención en los distritos de Yarinacocha, Manantay y Callería y por el impacto que ha tenido esta iniciativa se está replicando, en otras localidades como la Provincia de Padre Abad, en los pueblos a orillas del río Aguaytíam como señala Nestor Paiva, otro de los notables líderes, que ahora se llaman comunicadores interculturales.

Lo más importante es que, como las cosas de valor, hoy cuentan con la anuencia de la Federación de Comunidades nativas del río Ucayali – FECONAU, y apuntan al rescate de la identidad y conocimientos tradicionales del pueblo Shipibo – Konibo desde su propia perspectiva, al amparo de la Ley de aprovechamiento sostenible de plantas medicinales, Ley N° 27300, que define al recurso natural como: “a aquellas cuya calidad y cantidad de principios activos tienen propiedades terapéuticas comprobadas científicamente en beneficio de la salud humana”.